Apareció en escena el primer fichaje de invierno del Real Zaragoza, Jesús Valentín, para poner una solución urgente al desmadre defensivo del equipo de Agné, que no se aguantaba más allá de Marcelo Silva y Cabrera, bien sabido es. El fútbol había ido explicando su realidad en las diferentes representaciones de Bagnack, todas ellas desastrosas. Tampoco le fue mejor en la apuesta por José Enrique, que tapó el centro pero reabrió la sospecha en el lateral de Casado, retratado por última vez en aquella tarde frente al Reus. El agujero volverá en cuanto se confirme el menoscabo del valenciano, que ayer se fue del campo lesionado un minuto antes de que el Girona empezara a ganar el partido. Fue un augurio del balón parado que venía, y de la frivolité de Irureta, que estropeó lo que Valentín había puesto en su sitio.

No se puede decir que el central canario se equivocara en su debut con el Zaragoza. Al revés, se comportó con extrema seguridad en todas sus intervenciones, sin arabesco alguno. Quiere decirse que cuando le tocó mandar un pelotazo a la grada, allá que fue sin rubor. Demasiado quizá. Serio, bien por alto, con oficio, sensato, severo por momentos. Correcto, suficiente. Es lo que le toca hoy al Zaragoza, lo que necesitaba, lo que pidió. Un central de compañía, de cambio y recambio. No será por ahora mucho más de lo que se vio ayer. Le cuesta con la pierna izquierda, incluso perfilarse, y no destacó en la salida de balón. Se ganó un aprobado alto el primer día, lo que da a entender que los problemas en esa zona vendrán a ser menos. A partir de ahí, no se debe esperar un futbolista en mayúsculas para este presente.

La llegada de Valentín y el partido dan para recuperar inquietudes futbolísticas, para acordarse de que un fichaje no es nada. Parece difícil pensar que le alcanzará con otro par de contrataciones, exactamente lo que se espera. El Zaragoza anda ahora tapando los agujeros que se dejó en verano. Está cubriendo boquetes en un periodo en el que otros edifican a ritmo de ascenso, como bien admitió ayer Agné, que no consigue que su equipo tenga una proporción futbolística suficiente. Le llega en esos días en los que el rival regala más que quita, pero cuando le plantean equilibrio y simetría, el fútbol le descubre sus verdades, feas.

Ayer enseñó, repitió, los peligros de Irureta, la falta de armonía en la composición, la intrascendencia de las bandas, la disonancia colectiva. Cani es un verso libre, casi un incomprendido, un bicho raro. La manifiesta desesperación que le produce el juego de su equipo se definió en su expulsión. No había encontrado compañía en el fútbol por delante ni por detrás, ni apareció en las bandas. Todas esas son zonas que debería llenar el Zaragoza, que ayer se permitió el lujo de prescindir de Juan Muñoz. No hubiera cambiado nada, sea dicho. Pero, vamos, no le vale.

La temporada pone al equipo de Raúl Agné a la orilla de la segunda vuelta abrumado por su realidad. Necesitaría un portero, uno o dos laterales, un par de centrocampistas, un delantero... Los números dicen que no, que no hay tela ni la habrá para dispendios. Toca usar el poder de convicción, toca acertar en los fichajes. Y luego, jugar a fútbol, que ya toca.