Nada más concluir la vuelta de la semifinal frente al Bayern de Múnich (2-2) y meter al Real Madrid, en la 16ª final de la Champions, el técnico francés Zinedine Zidane, que jamás ha ocultado tener una flor, reconoció sentirse muy orgulloso «porque hemos sufrido, por supuesto, pues es la única manera de sobrevivir en la Champions y llegar a la final, pero hemos eliminado al PSG, a la Juventus de Turín y al Bayern de Múnich».

En efecto, la grandiosidad de la proeza (una vez más) del Real Madrid se centra en haber eliminado a tres líderes y campeones de Francia, Italia y Alemania. Y no solo eso, lo grande es que el poder de intimidación, el tan cacareado miedo escénico del Santiago Bernabéu ante rivales y, por qué no reconocerlo, árbitros, se ha producido frente a tres de los clubs más poderosos e influyentes del viejo continente: el megamillonario y emergente PSG, la Juventus de Turín de la familia Agnelli (la versión del club blanco en Italia, siempre bien visto por los colegiados) y el Bayern de Múnich, la representación futbolística del poderío alemán.

Lo que no dijo Zizou es que, además de jugar con dos porteros, el Real Madrid volvió a ser descaradamente ayudado, beneficiado, empujado hacia la final de Kiev por un árbitro, dicen que el mejor de Europa, llamado Cuneyt Çakir, que dejó sin señalar unas clarísimas manos de Marcelo a centro de Kimmich, cuando se cumplían los primeros 45 minutos, lo que pudo facilitar que los campeones alemanes se retirasen al vestuario habiendo igualado ya la eliminatoria.

Esa ayudita, que tuvo como protagonista a un sincero Marcelo («si digo que no he tocado el balón con la mano sería un mentiroso, así que fue penalti»), tuvo, frente al PSG y la Juventus, dos precedentes muy mosqueantes, sospechosos. En la ida ante el PSG (3-1 en el Bernabéu), el italiano Gianluca Rocchi señaló como penalti a favor de los blancos (fue el 1-1) un roce de Lo Celso sobre la espalda de Kroos, que, encima, estaba en fuera de juego. Una jugada que encendió al poderoso jeque Nasser Al-Khelaïfi: «Rocchi ha ayudado demasiado al Real Madrid y, encima, ha señalado un fuera de juego de Mbappé que no lo era». Y al mismo Unai Emery: «si pitas el penalti a Kroos, tienes que pitar también las manos de Ramos y la falta que precede al 2-1».

EL ENFADO DE BUFFON

Y no hablemos del último antecedente, el pitido definitivo, decisivo, mortífero del joven árbitro inglés Michael Oliver (premiado recientemente con la final de la FA Cup: Chelsea-Manchester United, el próximo 19 de mayo) cuando, en plena remontada de la Juve en el mismísimo Bernabéu, decidió que Benatia había cometido penalti sobre Lucas Vázquez.

Ahí fue donde apareció Gigi Buffon, historia viva del fútbol mundial, para denunciar que alguien que se atreve a tanto como se atrevió Oliver, más allá del minuto 90, cuando ya se atisba la prórroga de un partido épico, «ha de tener un bidón de inmundicia en lugar de corazón». Cierto, el mundo creyó que Buffon se había pasado mucho, e, incluso, le sugirieron que pidiese perdón, pero el histórico portero azzurri no se retractó ni un ápice.

El popular diario alemán Bild reproducía ayer una instantánea, que se convirtió en viral en millones de wasaps del mundo entero, en el momento exacto en que el centro de Kimmich da en el antebrazo izquierdo de Marcelo y tanto Çakir, detrás del lateral blanco, como el juez línea de esa banda (frente a la melenuda estrella brasileña) y el de línea de gol (enfrente suyo) decidieron que no era penalti. «¿Cómo es posible que tres árbitros no lo viesen?», titula Bild, cuyo antetítulo era aún más explícito: «Seis ojos y unas manos».