En los partidos sucede todo a tal velocidad que la retina no puede almacenar la abrumadora sucesión de momentos, sobre todo de los que se producen al margen del juego. Hay un riqueza interior que, en muchas ocasiones, resulta difícil del captar, pequeñas grandes historias que en un solo segundo, quizás menos, plasman emociones gigantes. Esta fotografía de Jaime Galindo, por ejemplo. El retrato tiene un fuerte aroma renacentista, una fusión de significados del zaragocismo y sus protagonistas en particular que confluyen en un abrazo nada casual aun recogiéndose dentro del marco de la alegría de la victoria. Alberto Belsué y Daniel Lasure se funden en el instante en que se produce el cambio del jugador.

Podría ser un sencillo protocolo, pero la composición hace que estalle el colorido de los sentimientos encontrados, una complicidad ajena al tiempo y engarzada con la intimidad de quienes comparten un mismo corazón y no pocas coincidencias. La mirada desmayada por el esfuerzo de Lasure reposa sobre el escudo y la cuatribarrada mientras sus manos reciben al delegado, en cuyo gesto acoge parte de su herencia. Laterales aragoneses que se hicieron a sí mismos, que viven el club con la intensidad del deber y el compromiso sin caducidad posible. Belsué triunfó en una época dorada y Lasure ha tomado el camino correcto para conseguirlo en una etapa muy dura. Puede que Alberto le esté susurrando algo. No es ningún secreto. Es palabra del Real Zaragoza.