Todos coinciden en que fue uno de los futbolistas ingleses más dotados de su generación. Pero hoy, a los 41 años, Paul Gascoigne es un ser enfermo y destrozado. El antiguo jugador del Lazio, Newcastle, Tottenham y Glasgow Rangers, ha vuelto a ingresar en el servicio de urgencias de un hospital, esta vez en la localidad portuguesa de Faro, después de ingerir una sobredosis de medicamentos y alcohol con la que posiblemente pensaba suicidarse.

Rally Digby, la esposa de un amigo, le halló tumbado en el suelo inconsciente y le salvó la vida, según cuenta la prensa británica. Gazza quizá no se lo agradezca. No es la primera vez que ha intentado matarse. "¡Dejarme morir tranquilo!", le dijo a su exmujer, Sherly, y a su hija Bianca, que acudieron a Portugal a pedirle que dejara la bebida y volviera a la clínica de rehabilitación que dejó hace unos días.

Durante años, los tratamientos a los que se ha sometido han fracasado. Los incidentes y las expulsiones de hoteles son cada vez más patéticos. Los internamientos psiquiátricos más frecuentes. "Bebe a unos niveles tristísimos", han comentado los músicos de su grupo preferido, Iron Maiden, a los que acompañó en una gira por Rumanía.

La caída comenzó tras su brillante actuación en la Eurocopa de 1996. Aquel fue el año de la sesión en la llamada silla del dentista, en un bar de Hong Kong, donde estuvo bebiendo tequila que sus compañeros le arrojaban directamente a la boca. Llegó el principio del fin, cuando quedó fuera de la lista del Mundial de Francia, tras una sonada borrachera en la concentración en La Manga. Las palizas y agresiones le costaron el divorcio de su segunda esposa en 1998. Solo, deprimido, Gascoigne parece condenado a terminar como otro genio alcoholizado, George Best.