En un vestuario de un equipo de fútbol, como en cualquier grupo humano, convive gente muy dispar, cada cual con sus particularidades, sus rarezas, sus exigencias, sus pretensiones y su visión de la vida y hasta de su propio trabajo. Cada futbolista suele ser de su padre y de su madre, con más singularidades conforme más grande es la trascendencia pública de su figura. Gestionar esa combinación de caracteres, de diferentes niveles de egos, es una de las tareas principales de cualquier entrenador y una de las condiciones de obligado cumplimiento para que un equipo alcance un rendimiento deportivo óptimo.

A grandes rasgos, ese trabajo corresponde al técnico, pero no solo a él. También a la buena voluntad individual de cada uno de los jugadores y a su capacidad de sacrificio personal en pos de un objetivo colectivo. Ese ejercicio de generosidad y correspondencia con el compañero tuvo ayer un perfecto botón de muestra en la rueda de prensa de Borja Bastón. Lejos de adueñarse de los focos, los repartió. Podría haberlo hecho, porque la relevancia de un goleador no la tiene nadie --y con ocho tantos en nueve partidos, todavía más--, pero no lo hizo. El delantero cedido por el Atlético se acordó muy acertadamente de Willian José, un futbolista fundamental para su propio brillo y cuyo rol en el equipo luce menos que el de su compañero: es más sacrificado, más feo y menos placentero, aunque igual de importante para el funcionamiento coral y, al final, para los goles de Bastón. Sin la renuncia del brasileño a según qué prebendas, sin ese trabajo de jugador en apariencia secundario pero en el fondo principal, sin el juego entre líneas, Borja viviría peor.

El nueve agradeció públicamente a Willian José esa labor, en un gesto que le engrandece a título personal y que pone en valor, por el momento, la buena sintonía colectiva del grupo.