En una entrevista que le hice recuerdo que le pregunté por qué había elegido el oficio de ciclista, y él me contestó: "Nunca me lo he preguntado. Supongo que será el destino". En realidad fueron el destino y su abuelo, en perfecta comandita, quienes empujaron a David a ser ciclista. Su abuelo fue su primer y principal mánager con unos anárquicos inicios en medio de una complicidad insuperable. Cuando tenía diez años le compró su primera bicicleta. Le venía tan grande que tuvo que quitarle el sillín y poner donde se instala la tija unos trapos amarrados a la barra. Un día su mánager le llevó a una carrera de infantiles que se disputaba en el Parque, pero no le permitieron correr porque no tenía licencia.

La actividad del abuelo y el nieto era tan seria como clandestina, marchando a diario a entrenamientos secretos y en lugares diferentes. La cuesta de la Legión, junto al Parque de Atracciones era el campo preferido de entrenamiento. Aquel aprendiz de ciclista llegaba a subirla hasta cinco veces seguidas. Luego marchaba al taller de Casorrán a desvelar el entrenamiento. Frecuentemente se tenía que oír el abuelo que iba a fundir al nieto en dos días. Sin embargo la empresa marchaba porque David se lo pasaba en grande con su abuelo y con su bicicleta. Lamentablemente el mánager no pudo ver a su corredor de campeón de España y mucho menos de profesional. "Cuando se iba a morir dejó dicho que me compraran una bici. Anda que no iba a fantasmear ahora viéndome", me llegó a decir David.

El paso a profesional ya es una meta en sí misma para cualquier ciclista. David tuvo la fortuna de hacerlo con veinte años y nada menos que en el Liceo ONCE de Manolo Saiz. Con los estudios de ATS casi finalizados, allí recaló cinco años para hacer un bachiller ciclista de calidad. Siempre tuvo en su familia su más consistente apoyo. Una autocaravana familiar se convirtió en un hogar rodante para seguirle, con su madre al frente, en la mayor parte de sus competiciones. Y al quinto año, con el inicio del milenio, llegó su eclosión. Después de pasar un invierno en Australia entrenando con buena temperatura y aprendiendo inglés, le llegó el momento, o quién sabe si nuevamente el destino. Fue en la Vuelta a Murcia, en Collado Bermejo, en el mismo punto en el que había ganado el año anterior el Pirata Pantani. Su nivel y su moral estaban tan altos que al día siguiente ganó la contrarreloj y también la general. En la prensa extranjera lo citaban como un ciclista tímido. Después llegó el Tour, donde vistió el maillot blanco, conoció lo que es subir a ese pódium lunático, casi irreal, y también lo que es merodear entre los mejores.

Después pasó finalmente al Saunier y allí alcanzó su más importante victoria: la Volta a Catalunya. Pero su vida se complicó con un inesperado revés llamado cáncer que acabó superando, para acabar terminando sus estudios de fisioterapia. Y ayer llamó el destino para volver a formar equipo con su primer mánager.