Aragón es tierra de extremos. Ya se sabe: mucho calor en verano y frío tremendo en invierno. O gran sequía o gran remojada. Blanco o negro. Sin grises. Quizá por eso ahora cunda la sensación de que el Zaragoza no llegará a su destino. Se extiende el pesimismo cuando hace apenas ocho días la Romareda creía que su equipo era casi invencible. Nada de eso es cierto. Ni el conjunto aragonés fue tan bueno entonces ni fue tan horrendo en el Carranza. Gris. El partido y el juicio.

El Zaragoza perdió como suele hacerlo. Incapaz de revolverse ante el primer bofetón e inerte tras el segundo. Fue ahí, tras el 2-0 y con uno menos, cuando decepcionó. La misión ya era imposible pero el zaragocismo exige caer con decoro, cabeza alta y honor. El último cuarto del partido mostró a un equipo entregado que renunció a todo. Ni podía ni quería. Un alma en pena que desistió de morir matando para empezar a lamerse las heridas aún en plena batalla. Nunca estuvo a gusto el Zaragoza pero los últimos veinte minutos se le hicieron eternos. Como a todos.

Hasta entonces, el Cádiz fue superior porque siempre supo a qué jugar. Claro que el gol en el minuto 6 lo hizo todo más fácil para un equipo que borda el trabajo defensivo y que disfruta en el repliegue y la salida en velocidad. Para ello, recurrió a la presión alta, derroche de intensidad y ayudas y un perro de presa. Fue Perea, que no se separó un milímetro de Eguaras, que, por cierto, tampoco hizo demasiado por librarse del acoso. Natxo le retrasó en la segunda parte y juntó más al equipo para darle más salida, pero ya era tarde. Tal vez hubiese sido más certero apostar por un 1-4-4-1-1 y arropar más al navarro prescindiendo de un punta. No es la primera vez que pasa ni será la última. Convendría estar preparados para la siguiente.

Porque al Zaragoza visitante se le descubre fácil. Rombo, balón y bandas. En la Romareda es lo mismo pero con sangre en los ojos y disparos a matar. Esa es la diferencia. En casa, el equipo se cree poderoso. Fuera es demasiado vulnerable. Gris. Como Borja, héroe del zaragocismo y salvador en numerosas tardes de gloria, pero que encarna a la perfección esa especie de transformación de doctor Jekyll en Hyde del Zaragoza cuando coge la maleta. Ayer, el gallego fue de lo más flojo del equipo quizá preso de cierta indolencia a la hora de ayudar en defensa en la jugada que dio origen al primer tanto. Claro que tampoco Febas y Toquero dieron mucho más. Ni mucho menos.

Ayudó el árbitro, que claudicó ante la presión popular para expulsar a Delmás que, en todo caso, pagó caro su pecado de bisoñez. Ahí se acabó todo si es que no lo había hecho ya en el minuto 6. Quizá fue un mal día. O tal vez otro más. O puede que el Cádiz fuera superior y punto. En todo caso, se impone tomar nota, corregir errores y aprender la lección: en segunda, quien no muerde muere. Y en la Romareda, el Zaragoza presume de colmillos afilados. Fuera, en cambio, viaja con dentadura postiza.