Guti es uno un futbolista con etiqueta de calidad competitiva. Sabe defender, es combativo, se maneja con la pelota con notable criterio, le sobra entereza física de principio a fin y tiene un punto de llegada y un golpeo más que interesantes. Y un aspecto importante: pese a la capacidad que posee para abarcar campo, su rendimiento alcanza cotas muy superiores cuando actúa en el mediocentro, su espacio natural. Natxo González, en esa búsqueda de equilibrio medular que amenaza con perpetuarse, lo ha desplazado por los vértices, por donde el canterano pierde protagonismo y gran parte de su esencia. Para explotar sus cualidades, los recorridos los ha de elegir él y no el planteamiento, y desde el puente de mando resulta mucho más productivo que en los flancos o, como ocurrió contra la Cultural Leonesa, de mediapunta taponador. En definitiva, ahora mismo debería ser la pareja de Alberto Zapater, cuya regularidad en un equipo con rendimientos individuales y colectivos demasiado oscilantes le hace insustituible.

Eguaras parecía predestinado a esa posición. Tuvo partidos donde brilló como jerarca aceptado por el clan, siempre desde la responsabilidad de pedir la pelota, asegurarla y hallar todo tipo de soluciones en el pase próximo o profundo. Pero el fútbol del navarro ha caído en un estado de aguda melancolía. Afectado de repente por la presión del rival, inseguro y descuidado en lo táctico, ahora mismo está para momentos, no para la titularidad. El caso de Javi Ros es distinto pese al paralelismo posicional. El entrenador le quiso dar un papel en la obra, pero el jugador se ha borrado del cartel transformándose en un secundario más. La disciplina y la entregan que le caracterizan han derivado en agitación e intrascendencia, afrontando cada partido con los nervios de un novato. En esa situación, Guti no es un remedio sino un bien de primera necesidad para dotar de filo a la armadura de Zapater, para que el epicentro del campo transmita consistencia y deje de ser un banco inestable de pruebas.