Ranko Popovic, a quien habrá que sufrir esta temporada y la próxima salvo que muera el amor, demostró ayer que ha extraviado los cuatro puntos cardinales. El Betis era un rival poderoso que examinaba a un entrenador protegido de la crisis de resultados por las excusas, algunas comprensibles y otras elaboradas a su medida por él mismo. La derrota contra el Betis encabezaba el guión de este encuentro, pero no así esa forma tan grosera de perder. El técnico se había encerrado con su equipo dos días en La Romareda para ensayar una defensa de cuatro centrales, una línea donde se temía que podía aparecer Rubén González. Jugó al despiste con la alineación y al final confirmó que Rubén iba a ser pareja de Mario Abrante en el eje. Al acabar la feria de abril del Benito Villamarín, bajo los farolillos de la rueda de prensa, dijo que no había habido sincronización en esa línea...

¿Cómo va a existir la mínima armonía si Rubén es un árbol seco, un futbolista fuera ya del otoño profesional que además, por causa de una lesión, no había sido titular desde la jornada 13? Y lo más grave, ¿a quién se le ocurre insistir con Jesús Vallejo de lateral derecho, posición que anula un alto porcentaje de sus virtudes? A mala hora entró en ese puesto frente al Valladolid y tuvo una notable respuesta. Desde entonces ha sido desplazado al costado contra Racing (por la peculiar baja de Fernández en el calentamiento), Tenerife y Betis. El zaragozano pone raza y orgullo, pero se ahoga en la orilla del campo. Sacarle de zona es un crimen conceptual, un experimento abominable como ha quedado demostrado para perjuicio del jugador internacional y del equipo.

El técnico confesó ser un hombre feliz porque, a la espera de Eldin, por fin iba a poder competir con toda la plantilla a su disposición. Tan eufórico se sintió que trazó en la pizarra esa defensa que el Betis no tardó en desmontar por arriba, precisamente el espacio que se pretendía dominar por físico y centímetros. Cabrera no interceptó ni una de las asistencias de Molinero, Mario y Vallejo fueron protagonistas con sus errores en dos goles y Rubén llegó siempre a la estación con el tren en marcha. De la portería mejor no hablar porque esa sí que es un auténtica ruleta rusa, un demencial carnaval veneciano con Popovic repartiendo máscaras cada jornada.

En ocasiones es bastante peor el remedio que la enfermedad, si bien para llegar a esa manida conclusión hay que repasar las estadísticas y los comportamientos. En la era Popovic, con Vallejo en el once y de central el Real Zaragoza ha encajado seis goles en ocho partidos (con aquella racha de cinco consecutivos con la portería a cero tras la debacle de Las Palmas, donde prefirió a Lolo en lugar de a Jesús). En tres encuentros con el aragonés de , ha recibido los mismos tantos. No está el Real Zaragoza para estas maniobras orquestales en la oscuridad de un técnico desconcertante y perplejo de sus decisiones dirija la Filarmónica de Londres o la banda de Paquito el Chocolatero. Aun así, no hay valiente que le quite la batuta ni el volante.