Fue muy nombrado durante las pasadas Navidades por otras cosas que tienen poco que ver con el fútbol, esas que algunos nunca quieren o saben entender, con cierta razón tal vez. No le ayuda en algunos asuntos el carácter díscolo que le acompaña desde hace muchos años en la Ciudad Deportiva, donde a Jorge Pombo le anunciaron casi a partes iguales que se estrellaría y sería una estrella. De momento, por ahí ninguno ha acertado. El zaragozano no ha quebrado su carrera, aunque a ratos le acompañe el aura fatídica de todos aquellos que piensan que no le traicionará su cabeza.

A ratos parece incluso que a Pombo no le hace falta el desdoro ajeno, que se basta él mismo para empañar sus indiscutibles cualidades. Cuando regresa de esas ininteligibles ausencias, cuando se pone al servicio de la constancia, Pombo es uno de los mejores futbolistas del Zaragoza. Lo es por su talento, por su carácter, por ese robusto cuerpo de falso gordito, por su velocidad, por su genio y su ingenio. Por su gol. Se diría sin dudar que es el futbolista con mejor disparo de la segunda línea. Llega a menudo a posiciones de área, juega caído a la izquierda, como volante, mediapunta o delantero. Donde quiere siempre que quiere. El Zaragoza lo necesita más que a Buff o a Oyarzun, por decir. No hay otro como él. Es distinto, maravillosamente genial a veces. Solo a veces, ahí está la clave.

No solo con Pombo crecerá el Zaragoza ahora que ya se va anunciando que piensen en el ascenso para el 2019. Lo hará con todos los aragoneses que van conformando un nuevo núcleo fuerte en el vestuario. Hace mucho tiempo, muchísimo, que el Zaragoza ordenó desfilar a todos aquellos que cumplían el perfil de futbolista de la casa. Entre aragoneses y nacionales se compuso durante gran parte de la historia el corazón que hizo latir al equipo aragonés. Aquellos futbolistas hacían un bloque al que rodeaban jugadores de distinta condición. El acierto en la contratación garantizaba un Zaragoza cerca de los mejores. El yerro asustaba menos que ahora. Se superaban malas temporadas sin turbación. El triunfo de la Recopa, por poner, nació de aquellos futbolistas que dedicaron gran parte de su carrera al club: Cedrún, Belsué, Aguado, Solana, Aragón, Pardeza, Higuera... Muchos estaban mucho antes de que llegara la gloria.

El proceso era natural. Aprender, crecer, convertirse en maestro, dejar ejemplo. En este mundo zaragocista del último decenio, sin embargo, no ha habido manera de arbitrar un proceso de sucesión normal. Cualquiera viene, cualquiera se va. Sea mejor o peor. Todo vale todos los años. Bien estaría por una vez que el Zaragoza creyese en su cantera.

Han aparecido niños que juegan como hombres. Guti, por ejemplo, tiene pinta de que llegará a ser un extraordinario jugador bien pronto. Hoy ya es casi imprescindible. Tiene equilibrio mental, buen pie, hasta exuberancia física en la comparación. Qué decir de Delmás, el mejor durante muchas semanas. O de Lasure, que se ha pasado media Liga en una espera incomprensible mientras su entrenador buscaba un lateral izquierdo. Abran los ojos porque al final va a resultar que lo más interesante de la plantilla ya estaba en casa.