La Ley del Deporte y sus Sociedades Anónimas Deportivas, en su objetivo de reconducir las maltrechas economías de los clubes y sus ingentes deudas hacia un escenario de mayor responsabilidad con la centralización de la propiedad en un solo y solvente individuo, produjo el efecto inverso: contaminó este deporte de personajes interesados en incrementar su impacto empresarial y sus ganancias utilizando el amplio abanico de influencia que les ofrecía este monumental y atractivo fenómeno. La política también encontró un filón para extender sus tentáculos de poder, favoreciendo a esta nueva casta en función de su afiliación pública o de subliminales y comunes intereses. El Real Zaragoza de Agapito Iglesias fue la perfecta culminación del engendro que ya se había instalado en otros equipos, saqueados por gestiones infames y egoístas que arrasaron con las tesorerías y pusieron tristemente de moda los concursos de acreedores y la amenaza de liquidación por impagos a granel, entre ellos uno inmisericorde, el de Hacienda.

La Fundación 2032 apareció sobre la campana del desahucio, desplazando a todo tipo de especuladores y mercaderes más o menos exóticos para aceptar la cesión de las acciones del soriano y de una herencia maldita. En estos cuatro años, los patronos han desplegado una compleja ingeniería económica para sobrevivir siempre, según sus propias palabras, en el filo de la quiebra, una serie de maniobras que han incluido con insistencia la implicación de capital público como complemento a sus aportaciones personales y la explotación de La Romareda como viga maestra de su plan de relanzamiento de la entidad. No han logrado, sin embargo, desprenderse de la sospecha popular de que detrás de esa intervención hay mucho más que un altruista arbitraje zaragocista, una duda acrecentada por su desapego creciente hacia la parcela deportiva, incongruencia que acentúa el número de capas que cubre esta operación. El Real Zaragoza, anclado a un límite salarial duro pero que no justifica la concatecación de graves errores en todos los proyectos, tiene posiblemente el peor equipo de su historia, con una directiva incapaz de reaccionar, con tiempo por delante, frente al peligro de un descenso que observan con soberbia como algo poco menos que imposible. La plantilla necesita retoques y el banquillo, un nuevo entrenador, pero se promueve el inmovilismo como sinónimo de congruencia o de una hipotética etapa de transición hacia un futuro planificado para el ascenso.

La imagen proyectada es cada vez más artificial, producto de un estudiado programa de actuación económica con vértices por todo el tejido empresarial de la ciudad o de un profundo desconocimiento de la materia futbolística. Puede que de ambas cosas, o quizás de que todo se les esté yendo de las manos, lo que se traduce en una sensación de absoluta orfandad entre los aficionados, que no saben a qué atenerse ante esa indefensión, frente a una cortina de información muy poco transparente y viendo que el club se despeña en la clasificación y en los valores que lo hicieron grande. Son los directores deportivos, los entrenadores y los jugadores, asumiendo una jerarquía que no les corresponde, quienes ejercen un papel de vaso comunicante de ideas y deseos, con apariciones puntuales de un presidente de papel cuché. La página web y los gélidos (cuando no desenfocados) comunicados son la otra vía de contacto con nula capacidad de retorno por parte del receptor, del abonado.

La despersonalización y la falta de referencias se presentan como un muro insalvable, elevado para salvaguardar teóricamente el club, pero convertido en icono del hermetismo y el distanciamiento. Todo lo contrario de la forma de actuar del que fuera primer presidente-propietario del Real Zaragoza, Alfonso Soláns Serrano. Sin caer en el pecado ni el error de elevarlo al altar, aquel empresario de hierro sabía tocar la fibra con su histriónica proximidad, con su comprensión de que la empresa que había comprado con su dinero era propiedad sentimental de miles de corazones a los que sabía que llegar con salidas de tono cariñosas y contundentes. Era un hombre de fútbol y zaragocista en otros tiempos muy distintos, pero también en ese espacio atemporal de quien gobierna de cara.