Fue una gozada verle anoche incrustado entre la afición del Schalke 04 después de eliminar al actual campeón de Europa, el Inter. Siempre observamos la Bundesliga como un torneo de forzudos, de aficiones bañadas en cerveza y sudor, un fútbol bárbaro monopolizado por el rey de Baviera, el Bayern Múnich, piedra angular de la selección más física y competitiva de la historia. Maier, Vogts, Breitner, Schwarzenbeck, Hoettges, Grabowski, Netzer, Heynckes, Overath, Muller, Bonhof... Y un violinista en el tejado del narigón Helmut Schoen, Franz Beckenbauer. El tanque alemán nunca se detiene.

Sin embargo, Raúl, con su apellido de español emigrante, González, ha conquistado el Veltins-Arena, a la ciudad minera de Gelsenkirchen, en el dulce ocaso de su carrera, con un cuerpo nunca esplendoroso y ya erosionado por la intensidad agónica que imprimió siempre a cada jugada. El increíble 'Raulk' sigue incordiando, emocionando y marcando goles. La naturaleza le retiró el liderazgo, pero él no renunció. En realidad, tiene mucho de alemán su tesón indestructible, su ambición por vencer cada batalla por pequeña que parezca, por luchar por cada balón por imposible.

El eterno Peter Pan del Madrid que lo ha ganado todo de blanco, bailando en el corazón azul del que ahora puede considerarse el mejor campeonato del planeta por igualdad, administración y asistencia de público a los estadios. Aún le queda el alma de Kaiser, dirigiendo a la modesta tropa del Schalke 04 hacia la final de la Champions. Le espera el United. "El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar", le susurraría Churchill a Ferguson para avisarle sobre Raúl.