—¿Dónde empezó a jugar?

—En el San Antonio infantil. Luego pasé al juvenil y de ahí al Aragón. Antes de subir al Zaragoza jugué un año cedido en el Huesca y luego acabé en Cádiz. Esa fue mi carrera profesional. Al final estuve jugando dos años en el Teruel como aficionado. Estaba en Tercera División, que entonces era una categoría mucho más fuerte.

—¿De dónde le salió su pasión por el fútbol?

—Empecé en la calle, en el barrio. Hasta que surgió lo del San Antonio. Allí empezó todo. Entonces el campo estaba en el barrio de Jesús, ahora juegan en La Isla, en Montañana.

—Se le recuerda siempre de lateral izquierdo. ¿No empezaría como delantero goleador?

—¡Efectivamente! En el San Antonio jugaba de interior y marcaba muchos goles, pero cuando pasé al Deportivo Aragón hacía falta un lateral izquierdo y ahí me puso Lasheras. Salió la cosa bien y me quedé.

—¿No se arrepiente?

—Hay veces que sí (risas). A mí me gustaba mucho más jugar de centrocampista.

—¿Era un lateral técnico?

—Así es. Por lo menos eso me decían. Estaba bien físicamente, pero en mi caso yo creo que primaba la técnica.

—¿Un diestro a la izquierda?

—Yo le daba con las dos, aunque teóricamente era derecho.

—¿Cómo llegó al primer equipo?

—Ángel Royo se puso enfermo y me llamó Muller. Estuvimos hablando un rato y me convenció de que podía jugar. Él me vio sonriente, con tanta ilusión, que me anunció que iba a ser titular. Al día siguiente debuté contra el Salamanca (7 de noviembre de 1976, 2-0, goles de Arrúa y Jordao).

—¿Cómo es un debut en La Romareda?

—Es cumplir la ilusión de un chaval que intenta llegar a ese mundo mágico. Conseguirlo y que salga bien supone una satisfacción tremenda.

—¿Ahora no es tan mágico el fútbol?

—El fútbol de hoy en día me aburre con respecto al de antes. Antes era un juego más técnico y no se jugaba hacia atrás. Ahora hay poca gente que rompa. Tienen mejor material que nosotros, por ejemplo los balones, que no tienen nada que ver. Pero técnicamente la gente que había entonces no existe ahora. Los hay, no voy a decir lo contrario, pero en general el nivel de ahora es inferior, hay mucho jugador del montón.

—¿Abrió la puerta de la cantera?

—Salió tan bien mi debut que una semana después debutó Barrachina y a la siguiente Víctor Muñoz.

—En el segundo partido que jugó, en San Mamés, le expulsaron. También a Chechu Rojo.

—De la expulsión de Rojo no me acuerdo. A mí por dos amarillas, dos tontadas.

—¿Con quién se vio las caras?

—Rexach (empieza a contar señalándose el índice), Cruyff, Juanito... Con este sí que tuve verdaderas luchas, porque a nada que le entrabas se quejaba. Muchos, había muchos buenos.

—Lucien Muller fue el primero que apostó por India. Cuentan que era un entrenador especial. «Un francés muy francés», decía José Luis Rico.

—Era una gran persona, casi demasiado blando para ser entrenador. Fue uno de los motivos por los que descendimos ese año. Había algunos veteranos que se le cachondeaban. Echaba una bronca y se reían. Era buen técnico, pero hay veces que tienes que plantarte. Digamos que era un francés sibarita, pero muy bueno como persona y entrenador.

—¿Por qué descendió ese Zaragoza de la 76-77 si estaba hecho para todo lo contrario?

—Hay cosas que aún no me las explico. Analizado jugador por jugador, era un equipazo. También es verdad que era mucho más dura la Primera División, que había mejores futbolistas y en más equipos. Barcelona, Madrid, Athletic o Real, que por esos años fueron campeones, Valencia, Atlético... No había un partido fácil, como pasa en la Premier. Mire qué equipo salió campeón el año pasado. ¡El Leicester! Aquí ahora que fuera un Eibar campeón de Liga es imposible.

—¿Otras razones?

—Yo vi problemas en el vestuario. Jordao era un fenómeno como persona, pero yo lo he visto irse en mitad de un partido hacia el vestuario. Hubo una jugada que le marcó. Fue el día que Arrúa le quitó el balón de las manos para tirar un penalti. Jordao se enfadó y se marchó hacia el túnel quitándose la camiseta. Lo tuvimos que agarrar entre varios. Fue el mismo día de mi debut y el entrenador había dicho en el vestuario que Jordao era el primer encargado de tirar los penaltis y Arrúa el segundo.

—¿Así era Arrúa?

--Tenía una carácter que... Le permitían todo. Eso fue clave para mí. Arrúa era muy buen jugador, pero Jordao también era buenísimo. Tenía una salida, un esprint y una elasticidad increíbles.

—¿Algún compañero con el que alucinara viéndolo jugar al fútbol?

—Solo con uno, pero no era del Zaragoza.

­—¿Mágico?

—Sí (carcajada).

—¿Cómo era Mágico González?

—No se sabe la gran suerte que tuve de tenerlo como compañero en el Cádiz. Era una gran persona, pero tenía un problema y es que le daba todo igual. Era feliz con nada. Estuvo a punto de ficharlo el Barcelona, pero los informes que le llegaron no debieron de ser buenos.

—¿Es verdad que se olvidaba de ir a entrenar?

—Lo tenía que ir a buscar el hijo del conserje del Carranza al apartamento para que fuera a entrenar. ¡Pero lo tenía que sacar de la cama! Si no, no se levantaba.

—¿Le gustaba mucho el cachondeo y la noche?

—No era porque le gustara salir y beber. Era más una cuestión como de pereza. Así era Mágico González, un tío de una pasta especial. Futbolísticamente era increíble, del nivel de Maradona, Cruyff y compañía. En los entrenamientos hacía virguerías, cosas maravillosas. Y tenía el pie grande, calzaba un 43 o 44. Pero cuando empezaba a tirar faltas no te lo podías creer. De cada cinco te metía cuatro en la escuadra.

—¿Cómo acabó en el Cádiz?

—A mí me retuvieron dos años en el Zaragoza. Estaba prácticamente con la ficha del Aragón y pensaba que después de lo que había dado merecía un reconocimiento. Esas campañas, encima, me tuvieron en el banquillo y después hasta luego. Tuve la mala suerte, además, de que me lesioné del maleolo peroneo. Ni me dejaron recuperar, tuve que hacerlo en las vacaciones. Tampoco me dieron ni la insignia de oro por haber llegado a los cien partidos en el club.

—¿Qué recuerdos tiene de Arsenio Iglesias?

—Se parecía poco a Muller. Era más cobarde con las figuras, los llevaba en palmitas. De cara al espectador no gustaba, pero era un entrenador que sabía lo que quería.

—¿Ese ascenso del año 78 es el recuerdo más bonito de su carrera?

—Sí. Además, me dejaron llevar el brazalete de capitán en el último partido, que era el día de Aragón. Me lo cedió Arrúa.

—Luego llegó Boskov.

—Me quiso llevar al Real Madrid, conmigo se portó muy bien. Era un entrenador modernísimo, venía ya de Holanda. Le gusta el fútbol de ataque y daba mucha confianza al jugador. Corríamos riesgos con el balón que en otras situaciones ni se te ocurrían. Pero él te lo permitía, es de lo mejor que ha habido en el Zaragoza. En esa época llegué a estar en ‘los 40 de Kubala’, una lista de jugadores que tenía el seleccionador para llevar con España. Luego no me llegaron a convocar, aunque eso salió en el Don Balón. Kubala me tenía en la cabeza.

—En el San Antonio marcó muchos goles, pero en el Zaragoza no logró ninguno. ¿Por qué?

—¡Di un montón! (risas). Pero marcar no, creo que ni en propia puerta. Con el Cádiz sí que marqué uno desde el borde del área.

—¿La etapa de Cádiz fue muy diferente?

—Sí. Pude quedarme, pero no llegamos a un acuerdo y decidí que era el momento de volver a casa, aunque me salieron un montón de equipos, sobre todo por el sur.

—¿Estaba cansado del fútbol?

—En parte sí. Ya veía en el fútbol cosas que no me merecían la pena. Vine a Zaragoza, invertí en el negocio de mi suegro y hasta hoy. Me saqué el carnet de entrenador regional, pero nunca tuve intención de sentarme en un banquillo.

—¿Ahora ve fútbol?

—Poco. Al Zaragoza lo sigo de vez en cuando, pero poco. La verdad es que me aburro. A mí me ha gustado siempre el fútbol inglés y ahora cada vez se juega más hacia atrás. Por mí cambiaría hasta las normas, y por supuesto aplicaría las nuevas tecnologías. A La Romareda voy poco, sufro porque no dan oportunidades a los chicos de la casa. Ni somos más listos ni más tontos que los demás. Hay que hacer un plan, apostar por futbolistas de la casa y olvidarse de subir de momento.