—¿A qué se dedica ahora?

—Estoy en la UD Las Palmas de scouting en Madrid siguiendo gente joven de un perfil de futbolista similar al que tenemos en el club. Tenemos un programa en el que hacemos un seguimiento de todo el fútbol, tanto de las Ligas españolas como extranjeras.

—¿Cómo acaba un tinerfeño siendo canterano de Las Palmas y jugando allí?

—No pertenecía a ninguna cantera en Tenerife, jugué en varios equipos de barrio. Siendo muy joven jugamos entre islas en Tercera División en el Güímar y Las Palmas se fijó en mí. El entrenador que tenía en el Güímar, Martín Marrero, que había pertenecido a Las Palmas, le habló al club de que tenía unos chicos que estaba dirigiendo y que apuntaban maneras. Fueron a verme varios partidos y en uno de estos hablaron conmigo para jugar con ellos en Segunda División.

—Además tiene el escudo de Las Palmas tatuado.

—Eso fue una promesa de cuando fui entrenador y lo llevo con orgullo.

—¿Cómo se fraguó su fichaje por el Real Zaragoza?

—Como habitualmente se fijan los equipos en los jugadores jóvenes. Llegué en Segunda División a Las Palmas, ascendimos y jugué dos años más en Primera. Paco Santamaría estuvo viéndome, habló con el club y llegaron a un acuerdo para traspasarme.

—¿Qué tal fue su adaptación al club y a la ciudad?

—Con demasiado calor. Llegué en agosto y hacía un calor tremendo en Zaragoza. Luego fuimos a hacer la pretemporada a Biescas y ahí por lo menos se estaba fresquito por la noche. Eso sí, en el invierno lo pasé muy mal porque no estaba acostumbrado al tiempo fuera de las islas. En la Ciudad Deportiva era horrible, todo el mundo salía a entrenar normal, con una sudadera, pero a mí solo se me veían los ojos. Mis compañeros, especialmente Fraile y Señor, me decían: ‘¿No nos ves a nosotros que no tenemos frío?’. Y yo les contestaba: ‘Sí, pero ustedes están locos’. Luego me adapté.

—¿Y futbolísticamente?

—Muy bien porque llegué y había grandes futbolistas como Casuco, Pineda, Rubén Sosa, Señor, Juliá, Fraile, Cedrún, Vitaller… Era gente con experiencia y que me acogió bastante bien. Al principio lo único el clima, pero a nivel futbolístico, estés en un sitio o en otro, intentas desarrollar tu saber más lo que te enseñan en el día a día. En el Zaragoza aprendí muchas cosas y fue un paso muy bonito. De hecho, mi primera hija es maña.

—¿Cómo recuerda el Real Zaragoza de aquellos años?

—Para ser el primer club en el que estuve fuera de la isla a mí me encantaba, porque el trato era bastante humano y bueno, también con gente de las oficinas y de la directiva. En el fútbol nos fue bien y eso ayuda a que la convivencia sea más bonita y agradable. Jugamos en Europa y en la Liga hacíamos cosas importantes. Tuvimos años normales y regulares como cualquier equipo, pero fue bonito. La ciudad me ayudó a crecer como persona y como futbolista.

—Aquel Real Zaragoza dista mucho de lo que es hoy en día.

—Es cíclico, pero las rachas se acaban, aunque en Segunda División es más difícil porque es muy larga y muy dura. Ojalá suba pronto a Primera para disfrutar de grandes partidos.

—La vez que más cerca estuvo de volver a Primera Las Palmas le fastidió el ascenso al Zaragoza.

—El fútbol tiene esas cosas, uno tiene que salir victorioso y el año anterior ya nos pasó con el Córdoba. Le deseo al Real Zaragoza que esté en Primera División porque tiene una gran afición.

—¿En aquel vestuario hubo dos grupos muy diferenciados?

—Sé que había gente que se llevaba mejor con unos que con otros. Me llevaba muy bien con Rubén Sosa y con Fraile porque nuestras mujeres hicieron muy buenas migas. Estábamos siempre juntos, aunque también estaba mucho con Pardeza o Sirakov. Nos juntábamos a hacer cenas con las mujeres y teníamos buen trato. Es normal que haya tiras y aflojas pero yo recuerdo muchas más cosas bonitas que negativas. Lo negativo es perder un partido. Que haya tenido algún problema con algún compañero, a medida que va pasando el tiempo, eso se olvida. Con los entrenadores simplemente si juegas estás bien y si no juegas, estás mal.

—¿Qué anécdotas recuerda?

—El año anterior a mi llegada nos enfrentamos Rubén Sosa y yo, y él era un animal, un bicho, muy joven, muy bueno y lo quería matar porque no lo cogía por ningún lado y él me lo recordaba en Zaragoza. También recuerdo anécdotas con Luis Costa porque se enfadaba muchísimo ya que a mí me gustaba salir con el balón jugado y él se ponía nervioso. Me decía: ‘¡Algún día me vas a dar un infarto!’.

—¿Se acuerda de la temporada en la que jugó la UEFA?

—Recuerdo caer contra el Hamburgo. En Alemania siempre ha habido equipos fuertes y, aunque no hicimos un mal partido, perdimos en la prórroga. Siempre es bonito jugar competiciones europeas, es otra cosa, aunque ahora es más fácil jugarlas porque se clasifican más equipos y antes te encontrabas equipazos en la UEFA y había que sudar sangre.

—Usted tenía fama de defensa contundente.

—No, lo que pasa es que había delanteros a los que les gustaba chocar conmigo y decía: ‘Pues le daré mi tarjeta de visita’ (risas). Ahora en serio, es parte del juego. Siendo central y con la gente que tenías enfrente había que imponer un poco tu ley porque si no te comían vivo. Gracias a Dios no lesioné a nadie aunque sí que vi muchas tarjetas.

—De hecho, en el Atlético de Madrid le expulsaron cuatro veces en una temporada.

—Hubo varias que fueron por ser el último jugador. Jugábamos con tres centrales y teníamos que ir a todo trapo a caer a banda, volver al medio… Al final sufrías, pero había que asumirlo.

—¿Qué recuerdo guarda de Radomir Antic como entrenador?

—Más como amigo que como entrenador porque hemos mantenido la amistad. Cuando él llegó para entrenar en el Real Madrid y yo estaba en el Atlético íbamos a comer juntos y la gente se asombraba por ser clubs rivales. Hace poco tuve la suerte de verle en un partido de fútbol en Getafe y la verdad es que a mí me ayudó mucho en mi profesión, me aconsejó extraordinariamente bien y tenía una idea de fútbol espectacular.

—Estando en el Real Zaragoza debutó con la selección española y además con gol, ¿es consciente de que pocos han logrado eso y más siendo defensa?

—Fue muy bonito y lo recuerdo sobre todo por mis padres. Sabía que era un momento muy emotivo para ellos porque les costó mucho que saliese adelante por ser el pequeño de tres hermanos. Éramos una familia humilde y cuando me hice profesional les regalé una casa. Encima me tocó meter un gol porque Míchel me dejó tirar una falta. Le pegué al lado del portero raso y la metí. Es algo muy bonito y otro de esos momentos dignos de contar a los nietos.

—Cuando se marchó al Atlético de Madrid se publicó que el Real Zaragoza no tenía conocimiento de su fichaje, ¿es eso cierto?

—Para nada. El mismo presidente, Zalba, me ofrecía llevarme allí y arreglarme todas las cosas. Fui con todos los permisos y nunca fui a espaldas del club. El Real Zaragoza lo sabía. Tenía una cláusula de rescisión muy pequeña, creo que unos 15 millones de pesetas y querían que renovase para poder venderme algo más caro.

—En el Atlético tuvo algunos enfrentamientos públicos con Jesús Gil, ¿cómo era su relación con él?

—Fíjese que yo solo discutí con Jesús Gil una vez, que fue cuando me fui. Por lo demás me llevaba muy bien con él, incluso venía a cenar a casa. El último día estaba Luis Aragonés en Sevilla y el Atlético quería traerse al Cholo Simeone y Luis quería que el que fuera en el intercambio fuera yo porque ya me había tenido en el Atlético. Además, acababan de nacer mi tercera y mi cuarta hija, las gemelas, y no tenía pensado moverme de Madrid porque estaba a gusto. Jesús Gil insistió en que me tenía que ir a Sevilla y me amenazó con que no vestiría más la camiseta del Atlético y discutimos. Pero vamos, nos duró el enfado diez minutos y arreglamos el traspaso porque no quería acabar en los juzgados con él porque nos llevábamos muy bien. Quería ser feliz jugando al fútbol y si no podía ser allí, sería en otro sitio. Hablábamos de hombre a hombre y él era un tío de hablar claro. Yo le decía: ‘Presi, cuando perdemos, la gente está asustada’, porque la reacción suya era fuerte porque quería estar siempre arriba. Hoy en día con su familia me sigo llevando muy bien.

—Una vez le acusó públicamente de que entrenaba poco, así que algún otro roce hubo.

—Es una fama que siempre he tenido porque a mí me encantaba el balón. Antes era preparación física por las mañanas, y venga a correr y más correr; y por la tarde tocaba balón. Lo de correr lo llevaba muy mal porque no me gustaba dar vueltas sin más. ‘Dame un balón y verás la diferencia’, les decía a mis entrenadores. De todos modos, si no hubiera entrenado no hubiese podido aguantar casi 400 partidos que jugué. Para jugar al fútbol necesitaba un balón, no un cronómetro.

—¿Algún rival que fuera especialmente difícil de marcar? Un mexicano llamado Hugo Sánchez, quizá.

—El jodido mexicano… (risas). Tenía un don especial. Podía rematar cualquier balón y desde cualquier situación posible, era muy bueno. En aquella época estaba él, Butragueño, que era muy complicado marcarle porque era muy habilidoso, pero el más difícil era Hugo Sánchez.

—¿Qué tal fueron sus experiencias en el Sevilla y en el Extremadura?

—En Sevilla muy bien porque además jugábamos en Europa y allí se vive el fútbol de otra manera. Sin embargo, en el segundo año nos descendieron por impagos y estuvimos unos días en Segunda B. Recuerdo estar en Sancti Petri concentrado y llamarme mi representante. Me dijo: ‘Ya eres jugador de Segunda B’. Y le contesté vacilando que era muy bueno porque me había conseguido un equipo para jugar en Segunda B. Me dijo que no, que habían descendido al Sevilla. Fuimos por las habitaciones preguntando y en dos o tres días no apareció nadie del club para explicarnos nada. Otra cosa para contarle a los nietos. Al final me dejaron tirado, tuve que buscarme la vida y apareció el Extremadura. Pude irme a México pero tenía a los niños muy pequeños y no quise.

—Y en Almendralejo terminó su carrera deportiva.

—Hay un episodio que poca gente sabe y es que firmé con el Rayo dos temporadas y lo hice sin decirle nada a mis hijos para darles una sorpresa por el hecho de volver a Madrid. Cuando se lo dije se echaron a llorar porque no querían irse de Almendralejo y tuve que reunirme con Ruiz Mateos para romper el contrato y tenía una clausula de 200 millones de pesetas de indemnización. Lo más importante para mí era mi familia y Ruiz Mateos se portó como un caballero y me dijo que no me preocupase, que podíamos romper el contrato y que fuera feliz con mi familia.

—Y luego fue presidente del Extremadura. ¿No fue un cambio demasiado brusco?

—Me pidieron el favor de comprar acciones, pero yo quería ser director deportivo, no presidente. El alcalde se reunió conmigo y querían darle una vuelta al club. No hubo presidente y me tocó por ser el más conocido de la lista del consejo. Mi acuerdo es que cuando fuera entrenador me iría del club y me fui a Madrid a vivir. Un amigo mío me puso en contacto con Las Palmas y cené con Miguel Ángel Ramírez. Me firmó como director deportivo, luego acabé como entrenador y subimos a Segunda. Me quedé hasta que me destituí a mí mismo porque ocupaba ambos cargos.

—¿Es más difícil ser jugador, entrenador, director deportivo o presidente?

—Nada de eso, es acostumbrarte a no competir después de tantos años llevando una rutina. Cuesta asimilarlo y es duro. Es bonito seguir vinculado al fútbol pero no es donde te gusta estar. Lo demás es fútbol y te acostumbras a estar en los despachos.