El vestuario del CAI Zaragoza despide un escalofriante tufillo a cadáver en descomposición. Del mismo lugar donde corría el champán hace dos meses ahora sólo fluye la impotencia de un puñado de almas a la deriva, desorientadas y que no encuentran razón a una situación dolorosamente real. El CAI, hoy por hoy, es un desastre total, ha perdido todo aquello que le hizo grandioso, invencible. De eso ya no se percibe nada, y ahora es sólo una caricatura vulgar y de mal gusto para una afición, que ayer, harta, desbordó su desilusión contra esos ídolos en los que deposita todas sus ilusiones.

En el Príncipe Felipe se ha colgado el cartel de rebajas. Cualquiera, que triste suena, llega a Zaragoza como un pariente lejano, sin ánimo de molestar, y se termina llevando la cubertería de plata y el ajuar de la abuela casi sin querer y pidiendo disculpas. La Palma, un equipo del montón al que se bailó en la isla, se valió de un tal Marcus Hatten (32 puntos), un simple base saltarín y gaseoso, para desmantelar por completo un grupo desmoralizado y faltó de un líder (Lescano no está todavía para florituras) que tiembla como un chiquillo al menor síntoma de peligro. Los jugadores del CAI ya no saben a qué juegan y, lo que es peor, no encuentran en ningún lugar, y menos cuando giran su mirada al banquillo, una solución en la que creer para corregir un rumbo que les dirige de cabeza al infierno. Sí, se sigue sexto, gracias a un competición loca como la LEB (ayer perdieron los tres primeros), que concede todas las oportunidades del mundo para cubrir los errores propios, pero la sensación general es que la nave se está hundiendo sin remedio.

EXCUSAS Y SOLUCIONES La derrota de ayer se puede esconder bajo mil excusas. Que los árbitros cosieron al CAI a faltas (27 libres lanzó La Palma por 13 los locales). Es cierto. Que si Hatten (una fotocopia de Gilmore) estaba con el día tonto y las metía hasta de espaldas. Pues también. Que con un poco más de mala leche se remata a un rival desarmado y todos tan contentos (51-42, min. 35). Correcto. Pero todo mensaje redentor camufla una realidad desastrosa para un proyecto obligado genéticamente a llegar a la ACB, sueño que ayer estaba roto en pedazos por la mente de cualquiera que salió cabizbajo del Príncipe Felipe.

Lo que se te clava al corazón al ver otra derrota, es que hay pocas soluciones en la actualidad y que recuperar anímicamente a este equipo parece un trabajo para maestros de psicología. El equipo clama un cambio de orientación inmediato desde una minucioso análisis interno y desde un refuerzo externo, que ya tarda demasiado en llegar. Lo indudable es que así no se puede seguir.