No dio tiempo a preguntarle a Manolo Jiménez ayer en la rueda de prensa si todavía cree que el punto conseguido en el campo del Levante fue bueno, en esa noche del monumental cagazo en la que el Zaragoza no ganó porque no quiso, ni contra diez ni contra nueve. Con uno más en el campo, casi 40 minutos por delante y el rival amedrentado por el qué dirán, el entrenador decidió que ya estaba bien así. Dejó a Rochina guardado hasta el final, no fuese a liarla. Casi lo hizo, liarla, pese a que solo le dio diez minutillos. Visto lo visto, sobre todo escuchado el entrenador, Rochina agradecerá aparecer poco rato. Ayer tuvo media hora fuera de sitio, tiempo suficiente para ser uno de los grandes culpables de la derrota. Se puede frotar los ojos quien lo desee. Palabra arriba o abajo, es lo que dijo el entrenador. El otro malo fue Bienvenu, que se llevó el consabido tortazo de la banda tras demostrar que anda más que justo para esta Liga. A los imberbes les cayó el resto.

Agapito manda, ya se sabe, así que la culpa, en todo caso, será suya. Eso no lo contó Manolo Jiménez, que hace meses que dejó de decir las verdades de antes. Tampoco dijo que Bielsa le pegó un repaso táctico (bueno sí, admitió que los laterales del Athletic le ganaron el partido), ni que la culpa la tuviera él, que para eso es quien manda ahí abajo, el mismo que hizo los cambios. No, no. Esta vez no había árbitro al que señalar --pudo ser penalti por mano a favor, pudo, pero Del Cerro levantó un par de jugadas legales al Athletic que iban para gol aduciendo fuera de juego--, ni había afición exigente o terreno de juego estropeado. Así que el andaluz leyó el partido a su manera, lo tradujo en la incapacidad de los dos hombres que situó en las bandas, como él quiso, casi cuando quiso también.

Olvidó en sus palabras que Rodri fue el primer cambio en el minuto 56, cuando el partido, tranquilo, aún no era del Athletic. Se sorprendió el jugador, que estaba bien entero entonces. Muchos a su alrededor también, atisbando problemas físicos de Víctor Rodríguez, mucho menos fresco ayer. Ahí comenzó a equivocarse. Después llegó la entrada de Movilla por Montañés, que también se fue extrañado cuando vio el cartelón. Jiménez dijo luego que estaba lesionado, eso dijo. No explicó, sin embargo, por qué situó a Movilla de media punta. Perdido y maltratado, el madrileño corrió sin sentido en busca de un lugar que no encontró. Allí lo puso Jiménez, como a los otros dos en sus respectivas bandas, algo que prefirió olvidar en su escueta rueda de prensa.

El maldito trivote al que vuelve siempre Jiménez destrozó ayer al Zaragoza. Fue reubicar piezas y entrar el Athletic en el partido como un torbellino. Cuando cayó rendido Víctor --nada raro, venía avisado--, la opción Bienvenu terminó de liquidar a los aragoneses. Ya había entrado Castillo, pero Jiménez eligió al camerunés y el Zaragoza se derrumbó. Una por esta banda, otra por allá, adiós. El equipo aragonés se desplomó y miró al banquillo por si había luz. Nada. A la heroica se fue, sin un patrón al que agarrarse. No salió cara esta vez. La culpa, se ve, fue de los jugadores.