Con Ángel Lafita ha habido y habrá muchas dudas sobre su auténtica dimensión como jugador de primer nivel. Él mismo ha colaborado a sembrarlas, a crear debates alrededor de la figura de un futbolista guadianesco y perseguido muy a traición por el infortunio de las lesiones. Vive en zonas y estados de ánimo intermedios una carrera que solo alcanzó su esplendor en La Coruña. Veloz y hábil con el balón en los pies, buen lector en el pase y correcto distribuidor de asistencias, pasea sin embargo aún por el bulevar de las eternas promesas, esos espíritus con aura de elegidos de quienes se espera más intervención y, por las posiciones que ocupan, más gol.

En su regreso de Riazor, traumático por la guerra que se estableció entre ambos clubs y que le obligó a entrenarse a escondidas en Zaragoza hasta que se resolvió el conflicto, tampoco halló el mejor escenario para explotar o dar continuidad a lo que había demostrado en el equipo gallego. El Real Zaragoza estaba ya en pleno proceso de descomposición deportiva y económica que ha culminado esta temporada con mano firme su propietario, Agapito Iglesias.

Entre el fuego cruzado de admiradores y detractores, en el infierno que significa competir con la soga al cuello, Ángel, a quien siempre se le ha exigido más compromiso con la causa por ser de la tierra, ha ganado protagonismo en la espectacular reacción del equipo en los últimos cuatro partidos. En Valencia le birló el balón a Dealbert y se lo cedió a Apoño para la victoria por 1-2. El sábado, en El Molinón, en la que podía haber sido la última estación de Primera en caso de perder, marcó el gol del triunfo en el tiempo de prolongación.

"Estaba muerto, pero le he dicho que se echara el equipo a los hombros", confesó Manolo Jiménez al final del encuentro contra el Sporting. Nunca se descubrirá hasta qué punto pudo cumplir el deseo de su entrenador, pero llegó a tiempo de convertir en oro una sandía que había salido de la bota de Zuculini con sello de presunto disparo a puerta. El técnico, que se dejó la piel cosida a la camiseta del Sevilla, sabe que en estos trances el recurrir a lo del sentimiento del escudo suele ser efectivo. Y más si quien lo porta lleva años luciéndolo en la pechera.

Lafita, que al final del curso se irá y, según él, descubrirá públicamente los porqués de su marcha, se ha quedado solo como único representante de la cantera. Cuando Víctor Muñoz le ascendió a la primera plantilla allí se encontró entre otros con Cuartero, Zapater, Cani, Chus Herrero, Camacho... En la primera experiencia de su segunda etapa en La Romareda, Laguardia, Álex Sánchez y Kevin apenas tuvieron una presencia testimonial --cada uno de ellos intervino en tres partidos--, mientras que Ander era titular. La campaña pasada siguió con Ander y Kevin, y en la actual lleva en solitario la bandera de la Ciudad Deportiva.

Dentro de un grupo difuso, de un vestuario del que la mayoría de sus integrantes está de paso, Manolo Jiménez ha conseguido que hablen el mismo lenguaje de competitividad. También ha crecido Lafita con el mensaje directo al corazón del andaluz. Se le recuerda a Ángel firmado el tercer gol de aquel encuentro en Tenerife (1-3) que supuso el punto de inflexión para que el Real Zaragoza se salvara. Cómo olvidar su portentosa actuación el pasado ejercicio en el Bernabéu para, con su par tantos (2-3), dar forma a un triunfo vital. Ante el Sporting acudió al rescate impulsado por un último golpe de cierzo.

Agapito, en una de las interviús que da a la prensa no zaragozana, habló de su amor por Aragón con el donaire que le define. "El burro no es de donde nace sino de donde pace", dijo el soriano. Lafita no ha calado por completo en La Romareda, pero nació en el Zaragoza y pace en él desde niño. Y va por todos los campos a defender lo que es suyo y de la afición que le admira o le critica.