Lloran el Real Zaragoza y su afición. Parecía tan cercano el sueño, tan suyo. Pero se escapó en el infierno amarillo frente a un Las Palmas superior, muy superior. Lágrimas sobre la orilla del cielo. Lo que durante la Liga regular solo fue un espejismo hasta tomar forma en el playoff acabó después de 46 encuentros, en el día más largo del año, en los 90 minutos más difíciles de digerir por la presión y la responsabilidad de lo que había en juego. Se buscaba una regreso a la élite vital en lo deportivo y sobre todo en lo económico. No hay excusas y sí elogios para el conjunto pese a que en esta cita no dio la talla, demasiado encogido y entregando la pelota a un contrincante que sabe muy bien qué hacer con ella.

Se van de la competición el Real Zaragoza y su gente con la nostalgia del ejército en retirada hacia ninguna parte. No deben de bajar la cabeza. jamás. Resulta que estos jugadores de quita y pon y un entrenador con poca miga profesional han estado a punto de convertirse en héroes con mayúsculas. Mañana se iban a subir al autobús, a pasear por las calles de la capital aragonesa entre los vitores de la afición, Les esperaba la plaza del Pilar para ser adorados desde el balcón del Ayuntamiento. El eco de la fiesta frustrada es doloroso. El silencio, ahora mismo, barniza la capital aragonesa.

Nadie puede discutirles ni reprocharles el haber extraviado la gloria a siete minutos del final. Todo comenzó en el sur, en Huelva, donde Víctor Muñoz acudió con un equipo a pecho descubierto, con Martín González telefoneando y negociando entre los mercados más recónditos para construir una plantilla que aguantara el tipo con algo de decoro. Y todo ha terminado, después diez meses y 46 partidos en el curso más exigente jamás afrontado, junto al Trópico de Cáncer, en el día más largo del año y en un estadio hostil hasta la bandera que cerró a cal y canto las puertas de un paraíso que nio fuera el suyo.

Le pudo la responsabilidad, el miedo, el sentirse a un paso. Mañana no habrá un nuevo amanecer. El Real Zaragoza sigue sin salir aún del pugatorio de las penas que acumuló con su anterior propietario y que la Fundación 2032 va enjugando poco a poco. En la élite los ingresos son mayores y también la exigencia de pagos. Ahora habrá que recomponer el equipo, una plantilla que sufrirá cambios múltiples en la plantilla bajo el mando de Ranko Popovic en el banquillo.

El Real Zaragoza no ha subido a Primera División. Había dejado atrás un ejercicio convulso en el que se han sucedido las crisis más variopintas: cambio de entrenador, plaga bíblica de lesiones, rachas estupendas con periodos nefastos, estrategias al gusto y al disgusto... Todas las líneas han sido cuestionadas. La portería ha conocido tres guardametas, la defensa ha sufrido seísmos devastadores, el centro del campo ha sido el trono de Dorca con numerosos príncipes de musculación y pulmón lánguidos. Los llegadores, y no con regularidad, y Borja Bastón y Willian José han mantenido vivo hasta el final el pulso por entrar en la promoción.

Partiendo desde el kilómetro cero, con el depósito con más arena que gasolina y sin mayor ambición que no perder de vista el horizonte de los playoff por si acaso, el conjunto aragonés pudo con todo gracias a un arreón final en el que superó todos sus complejos y carencias. Abrigado por una afición sin igual, en los exámenes finales acumuló sobresalientes, reponiéndose donde antes se desmayaba, remontado un 0-3 contra el Girona. Con poco fútbol y nombres casi anónimos, este batallón desaliñado, con el paso cambiado y las balas silbando por encima de sus cabezas logró hacer feliz a mucha gente. Hoy se le han apoderado todo los fantasmas de sus peores días pese a Mario, Vallejo y Bono, que sostuvieron al equipo mientras pudieron. A la orilla del regreso a Primera llegan las lágrimas del ahogado.