César Láinez se ha desvinculado del Real Zaragoza. ¡Já! Es cierto que ha habido un fuerte desencuentro entre el portero y la actual directiva (no es el primero). La redacción de la nota de despedida y agradecimiento que le han dedicado valdría lo mismo para un operario cualquiera o para un recogepelotas, pero esta ruptura contractual y sus formas no desentonan en la dura y agitada biografía del exportero. Su trayectoria en la entidad aragonesa está salpicada por numerosos episodios de frustración y superación hasta alcanzar una felicidad intensa y efímera. Por mucho que ahora le duela (le quema en realidad), para conseguir que César salga emocionalmente de este club habría que arrancarles el corazón del pecho a ambos. Se pertenecen por deseo y condena. Y así seguirá siendo se vuelvan a encontrar en el camino o cada uno tome el suyo sin retorno.

Nadie puede borrar de un plumazo a Láinez, aquel niño que entró con doce años en la Ciudad Deportiva. Sería como querer acallar el cierzo. En este siglo no ha habido otro futbolista aragonés de su magnitud profesional y personal, ocupando y sobresaliendo en una posición en el equipo que La Romareda somete a severos controles diarios de cualificación. Sus rodillas se pusieron en contra desde muy joven y esa fue su primera y gran batalla. Venció hasta que le derrotaron con tan solo 28 años, cuando dijo adiós entre lágrimas para después recibir un homenaje en el Municipal que aún pone los pelos de punta a admiradores y detractores. Por esa calzada asfaltada de baches, César, una vez ganada la mano a otro excelente guardameta, Juanmi, levantó como dueño de la portería dos Copas del Rey (La Cartuja y Montjuïc), con una traumático descenso y un ascenso de por medio (su mayor conquista, según sus propias palabras).

Pregonero de su ciudad, comentarista deportivo y finalmente técnico, para lo que se había preparado sin sospechar que el Real Zaragoza llamaría a sus puertas para ofrecerle el primer equipo en la peor situación económica, deportiva e institucional de la historia. Era César o la extinción del imperio zaragocista, y con él en el banquillo la anterior temporada se logró la permanencia no sin colosales esfuerzos y ansiedades. Volvió al filial tras el deber cumplido y este año se le había ofrecido el juvenil... "El club quiere agradecer la entrega y dedicación puestas de manifiesto por César Láinez en el desempeño de su actividad profesional en el Real Zaragoza". Ni en el mil años, ni con mil directivas, se puede reunir capital suficiente de agradecimientos para pagar a un ídolo que se hizo a sí mismo solo para servir al club que lleva desde la cuna en su corazón. Aunque le hiera. Pese a que el cierzo corra ahora furioso por sus venas, ese viento tantas veces en contra que forjó su carácter de fiel zaragocista.