Calienta el sol las llanuras de Provenza. Calienta tanto que los corredores deciden tomarse un día de descanso, quizá para contemplar el paisaje y escuchar las cigarras. Provenza no sería lo mismo en verano sin el canto de millones de estos insectos. Lo escucha Chris Froome, protegido por todos los suyos, con el Sky conduciendo a un pelotón que ha permitido por primera vez y a solo dos días de París la llegada a Salon de Provence de una escapada bidón. Gana el noruego Edvald Boasson Hagen, el mismo al que la foto-finish de forma discutible lo privó de una victoria ante el retirado Marcel Kittel.

«Había que estirar las piernas», dice Alberto Contador con ironía tras cruzar la meta. Ha sido un día de crema solar, una jornada para meditar, para calcular y para estipular qué pasará en Marsella, en una contrarreloj singular donde no parece que Froome vea peligrar la victoria en los Campos Elíseos, pero donde el podio puede dar un vuelco de posiciones y quizá -difícil pero no improbable- ver a Mikel Landa junto a su jefe para contemplar la fiesta parisina, el Arco del Triunfo a la espalda, y quién sabe si para darle vueltas a lo que habría ocurrido de correr en otro equipo. Nunca se sabrá.

22 KILÓMETROS / Un minuto acompañado de 13 segundos no es nada, unas 15 veces respirando si sirven las cuentas del poeta Gabriel Celaya, un poquito más, el doble por lo menos, si se circula en bicicleta. Es lo que Landa tendría que restar a Romain Barden, el más frágil de los tres eventuales ocupantes del podio cuando el guion ordena contrarreloj. Posiblemente, vista también la progresión del corredor vasco en esta especialidad, 22 kilómetros se presume como una distancia demasiado corta. Por una vez habría ido mejor una crono de las de antes, de las que servían a Miguel Induráin para reinar en el Tour. Pero es lo que hay, en un día atípico con una salida y llegada al Stade Velódrome de Marsella, allí donde juega a fútbol el Olympique, con las gradas llenas para ver bicis en vez de goles. El Velódromo tiene capacidad para 60.000 espectadores.

Froome, en cambio, solo tendrá que estar pendiente a que no le suceda lo de Alex Zülle en la crono final de la Vuelta de 1994. Rompió tantas veces la cabra que acabó tirándola al monte y entregando la tercera plaza del podio a Pedro Delgado. Tiene, desde la cima del Izoard, el cuarto Tour en el bolsillo y solo debe esperar a confirmar quiénes lo acompañarán en el podio, si serán el colombiano Rigo Urán y el francés Bardet, tal como está ahora, o si se cuela el hombre que de estar en otro equipo igual le quita la victoria.

Solo dispone de 23 segundos de ventaja con Bardet y con Urán, de 29, pero desde que ha progresado en montaña el ciclista colombiano ha perdido el toque exquisito que tenía cuando ganó una contrarreloj en el Giro por lo que parece difícil -nunca imposible en este deporte- que llegue a inquietar a Froome.

Bardet hasta es probable que le dé tantas vueltas a la cabeza, presionado además por un público francés, que la contrarreloj se le gire. El enigma se despejará en los primeros kilómetros. Será entonces cuando Landa sabrá si tiene posibilidades serias de acompañar al jefe en el cajón de los Campos Elíseos.

Es el Tour con menor diferencia entre los tres primeros desde que en 1968 Jan Janssen desplazó al belga Herman van Springel de la primera posición, en la contrarreloj final de París. También luchaba el español Gregorio San Miguel. 16 segundos entre los tres primeros y el vizcaíno, segundo como ahora Bardet, lo perdió todo. Igual otro vasco tiene mejor suerte 49 años después.