-¿Qué hace en Santander?

-Estoy ayudando a mi hijo, que por cuestiones de trabajo hay días que no puede ir a entrenar, y estoy con él en un equipo de alevines, con niños de once años. Ahí estamos peleando.

-¿Siempre ha entrenado?

-Empecé ahí en Zaragoza, a lo tonto a lo tonto, en el barrio Casablanca, que es donde vivía. El dueño del bar restaurante Gloria me pidió que les echara una mano. Iba por las tardes a ayudarle con los niños. Ahí empecé y luego he entrenado normalmente menos unos años que no pude por cuestiones de trabajo.

-¿Y siempre con niños?

-Estuve en Tercera, en Preferente, juveniles, he tocado todas las categorías. Hace poco jugamos un torneo en Bilbao y estaba también el Zaragoza. Es bonito porque estamos en un club de Santander que es uno de los grandes, el Perines. Vamos cogiendo a los más o menos buenos y puedes trabajar con ellos bien porque tienen una formación buena y lo cogen todo enseguida y da gusto verlos jugar.

-¿Cuáles fueron sus inicios?

-Nací en Valdepeñas, en Ciudad Real, pero a los tres añitos ya estaba en Bilbao, en Galdácano, con mis padres por cuestión de trabajo. Me inicié en el cadete del Baskonia, hasta los 20 años que me marché al Logroñés. En Logroño estuve un año, antes de llegar a Zaragoza.

-¿Cómo vino al Real Zaragoza?

-Esa sí que es buena. Resulta que yo había jugado todos los partidos de Liga con el Logroñés y al llegar los cuatro o cinco últimos, que era cuando más ojeadores iban a vernos, no jugué. Fui al entrenador y le dije, Lasa, qué pasa conmigo, ahora que vienen los ojeadores. Y me dijo, tú no te preocupes que ya lo tienes hecho. ¿Cómo que lo tengo hecho? Tranquilo, confía en mí, que ya lo tienes hecho y tengo orden de que no juegues para que no te lesiones porque te vas a otro equipo. Y no me dijo a qué equipo era. Hasta que de repente un día me dicen, oye, que mañana vamos con el presidente a Zaragoza. Y por el camino me fueron contando que íbamos a hablar con el Zaragoza. Lo arreglamos en la Casa Vasca, allí firmamos todo.

-¿En aquella época los futbolistas tenían menos control sobre sus contratos?

-Lo que pasa es que de aquellas te dicen que vas a cambiar el Logroñés por el Zaragoza, que habíamos bajado, y vas con los ojos cerrados. Además las condiciones eran buenas y dije, adelante.

-¿Qué club era el Zaragoza entonces?

-Estaba en auge, arriba, y los tres primeros años que estuve quedamos octavos, quintos, subcampeones, con una final de Copa, en la UEFA... Luego el cuarto no fue tan bueno, que bajamos, y el tío que fue a entrenar me fastidió porque no jugué ni un minuto todo el año en Liga. No sé si viajé a uno o dos partidos pero ni calentar. Aquél me fastidió bien fastidiado.

-Al menos recuperaron la categoría en un año.

-Con Arsenio subimos y quedamos campeones. Ahí recuperé un poco la confianza con este señor, que nada más llegar me preguntó qué me había pasado con el otro entrenador y le dije, pues pregúntaselo a él. Con Arsenio jugué bien pero luego tuve problemas con el suegro, que estuvo ingresado en Bilbao, y cuando volví había otro entrenador y ya no contó conmigo. Hicieron una limpia buena, no sé si echaron a diez o doce. Y me fui a Murcia.

-¿Qué tal entrenador era Luis Cid Carriega?

-Solo tengo cosas buenas que hablar de él. Y no era titular indiscutible ni nada con él, pero jugué bastante. Me trató muy bien. Había un equipazo y jugar era muy difícil porque había gente muy buena, Arrúa, Diarte, Violeta, García Castany, Rubial, Leirós... Había una gran plantilla y había que pelear mucho para jugar. Pero con Carriega, encantado.

-¿Usted de qué jugaba?

-Fui como extremo izquierda que se llamaba entonces y me jugaba las alubias con Soto, Leirós, a veces jugaba por la derecha con Rubial. Luego me pasaron al centro del campo a marcar a las figuras del equipo contrario, a hacer de perro de presa, a correr detrás del contrario. Algún partido jugué de lateral, contra el Barcelona en Copa. Carriega me puso a marcar a Cruyff, tuvo mucho valor. Pero no salió mal porque no nos marcaron gol.

-¿Cuando van llegando los Zaraguayos eran conscientes dentro del equipo de lo que se estaba construyendo?

-Sí porque oye, tontos no éramos (risas). Hicieron grandes fichajes. Se marchó Ocampos y llegaron Arrúa y Diarte y un montón de gente nueva. La verdad es que acertaron en la mayoría, tanto de fuera como en los nacionales. Además pocos fichajes había que hacer porque nos manteníamos los mismos. Se marchó Diarte y llegó Jordao que era buenísimo. Luego vinieron Bastos, Ovejero... Pudimos estar ahí hasta que llegó el señor este de marras y se torció todo.

-Lucien Muller.

-Es que me da alergia nombrarlo. Porque se portó tan sumamente mal conmigo que no solo no me ponía a jugar sino que no me dejó marcharme a los equipos que me querían, que tenía tres o cuatro ofertas de Primera. Me partió por la mitad.

-La temporada del descenso fue un desastre, entonces.

-Esa fue nefasta. Para mí y para todos porque después de tres temporadas muy buenas un palo de esos con la misma plantilla, pues algo falló. Yo tengo claro quién falló.

-Uno de los problemas fue el choque Arrúa-Jordao.

-Ese fue uno de los fallos que este tío no supo cortar. Hubo un problema gordo entre ellos y repercutió en varias cosas porque empezaron a hacerse grupitos y hubo un distanciamiento total. Ahí se fastidió todo y fue una pena porque teníamos un equipazo. Siempre he dicho que el entrenador no tuvo mano para arreglarlo. Ni el entrenador ni la directiva. Porque ahí las dos partes fueron culpables de lo que pasó. Hubo envidias. A Jordao no le echo ninguna culpa, se la echo más al otro. Jordao iba a lo suyo, era un chaval parecido a mí, entrenaba, jugaba y se iba con su familia. Era buen amigo de Planelles. Pero el otro le cogió envidia, que no sé por qué, qué envida le podía tener. Hubo un mal entendido, no se arregló y fue el desastre.

-La siguiente hubo cambio de presidente, entrenador...

-Vino un señor responsable, que sabía de fútbol, tenía su forma de jugar porque con el otro no jugábamos a nada. Ni entrenábamos. Solo entrenábamos los que nos quedábamos sin viajar y únicamente dábamos vueltas al campo corriendo. No hacíamos nada. Luego vino Arsenio, un gran entrenador. Y yo no era titular indiscutible, pero era un señor trabajador, honrado, me animaba mucho. Se portó fenomenal conmigo. El otro me hundió moral y deportivamente. Gracias a Dios se subió enseguida, que fue lo mejor que pudo pasar. Fue muy importante.

-¿Fue difícil el ascenso?

-Fue un año muy bueno y un día glorioso, ya que lo habíamos bajado nosotros por lo menos lo subimos. Fue una temporada muy dura porque nos costaba ganar los partidos, no éramos de meter muchos goles porque este señor no era muy alegre, era de amarrar y 1-0, 2-1, empate... pero así poco a poco lo logramos.

-Antes de todo eso, usted fue titular en el 6-1 al Madrid de 1975.

-Jugué y con gol incluido. Fue una tarde muy guapa. Un día maravilloso, y más marcando un gol. De vez en cuando me pongo el vídeo en el ordenador y lo veo para recordar un poco. Y cuando vienen los nietos me dicen, ¡abuelo, pon el partido!

-¿Cómo recuerda aquel día?

-Fue un partido raro porque ellos ya eran campeones, venían de celebrarlo en Pamplona, tuvieron cachondeo y mucho movimiento y entre una cosa y otra venían un poquitín flojos. Y luego a nosotros nos salió un partido terrible, muy bueno.

-¿Y cómo fue su gol?

-Pues si le digo la verdad, fallando. Quería hacer una cosa, fallé, le di mal, engañé al portero y entró. Es la anécdota que les cuento a los nietos que me dicen, abuelo, algún mérito tendrías. Hombre, por lo menos la toqué.

-¿Recuerda algún otro partido o algún otro gol especialmente?

-Pues da la casualidad de que 15 días después le metí otro gol al Madrid en partido de Copa. No era muy goleador, metí alguno más pero no fueron tan nombrados. También recuerdo mucho la final de Copa. Lo tengo grabado y de vez en cuando le echo un vistazo.

-La final contra el Atlético. ¿Tan determinante fue el árbitro?

-En aquella época y en esta pasaban esas cosas. Recuerdo un partido contra el Madrid que nos metió un gol un tal Roberto Martínez en un fuera de juego tremendo y nos eliminaron en La Romareda. Algunas veces es a favor y otras en contra. Daban las finales a los árbitros que se retiraban y esos siempre tiraban para el equipo más fuerte. Recuerdo una jugada que pudo ser clave. Le hice un caño de tacón a Capón, que era el que me marcaba, y me marchaba solo hacia la portería. Me tocó un poco por detrás y el árbitro, en vez de dar la ventaja, pitó falta. Si no o hubiera marcado gol o se la hubiera dado a un compañero para marcar. Me acuerdo muchas veces de esa jugada, me dio rabia.

-¿La Romareda era muy exigente con el equipo?

-Era muy exigente conmigo. Conmigo y algunos más sí lo eran, había otros a los que perdonaban todo. Eso pasa en todos los equipos. Pero no me puedo quejar. Si algo tenía era que siempre daba el 100% en el campo y nadie me podía reprochar que no corría o que no peleaba. La conciencia la tengo bien tranquila. Luego cada uno veía una cosa. Los periodistas decían cada uno una cosa, no se ponían de acuerdo. Y yo no les caía muy bien porque no daba muchas noticias ni me pegaba a ellos ni nada. Hubo una señora que siempre me defendió. Pero son cosas del fútbol, tampoco hacía mucho caso. Lo bueno es que Carriega contaba conmigo.

-¿Cómo era la convivencia con los Zaraguayos?

-Yo me llevaba muy bien con todos, muy bien. Incluso Lobo Diarte le decía a Carriega, míster, pónganos juntos a Simarro y a mí. Yo era tranquilo, me iba a andar por ahí, no tomaba alcohol, y nos íbamos los dos a tomar un zumo o lo que fuera. Con todos me llevaba muy bien. Y había muy buen ambiente. Luego ellos tenían sus cosas, hicieron alguna cosilla que revolucionó un poco el vestuario, pero se arregló. Yo me llevé lo mismo con los de fuera que con los de aquí. Iba a lo mío, me casé muy joven, tuve una hija muy pronto, con 21 años, y me dedicaba a mi familia. Cuando había comida iba, éramos una piña con Heredia y Junquera.

-¿Guarda recuerdos de su etapa de futbolista?

-Tengo muchos recortes, como tres álbumes llenos. De vez en cuando les pego un repaso. Como estoy jubilado y tengo mucho tiempo, cuando me aburro cojo los libros y los miro un rato. Tengo banderines firmados por la plantilla, algún balón, muchas fotos. Y eso que la mujer me ha quitado muchos porque ahora los nietos necesitan mucho espacio. Pero gusta recordar y verlo todo. Cuando vienen los nietos, que vienen muy a menudo, me dicen, a ver abuelo, enséñanos esos libros. Los pequeños alucinan, no asimilan lo que fui.

-¿Mantiene contacto con alguien?

-Con el único que nos vemos todos los años en Oropesa es con Heredia. Antes iba todos los años a Oropesa porque mi hermano tenía un apartamento en Santa Pola y allí hay muchos aragoneses veraneando. Iba con los nietos, con la mujer, y se me quedaban mirando, mira, mira, es Simarro. Que yo pensaba, aún se acuerdan de mí, ¡y eso que estoy calvo entero! Pues todavía me conocen.