En la situación tan dramática que está el Real Zaragoza, la peor de sus 80 años de historia, lo único verdaderamente trascendente, con alcance significativo para el futuro y que realmente marcará el porvernir del club en el corto y medio plazo será la capacidad que tenga la sociedad aragonesa, fundamentalmente en sus vertientes de poder, de encontrar una solución y arbitrar un proceso que termine con la etapa de Agapito Iglesias al mando de la entidad para, posteriormente, regenerarla por completo y cambiarla de arriba a abajo. Esa es la única salida para la viabilidad y credibilidad en el mañana del Real Zaragoza, ahora absolutamente desprestigiada. Todo lo demás resulta accesorio, secundario. Aunque mientras tanto ocurran cosas que sacuden la actualidad deportiva.

La última ha sido la declaración de Manolo Jiménez. Aquel "siento vergüenza" ha revolucionado el gallinero y alimentará el debate de esta semana. En un club de fútbol dirigido con normalidad, una frase así pronunciada por un técnico podría suponer tres cosas: el paso previo a una dimisión, un terremoto interno de difícil solución entre el autor, el vestuario y los responsables de la entidad o la destitución.

En el Zaragoza no ha generado nada. Indiferencia. Fuera solo un encendido debate público sobre la valentía de Jiménez, su transparencia y osadía para hablar con nitidez en un club donde brilla el oscurantismo. Ciertamente, de la boca del técnico salió la palabra que identificaba el sentimiento del zaragocismo tras el 5-1. Vergüenza. Y eso el aficionado de a pie se lo agradece, tan acostumbrado como está a oír mentiras y a no escuchar verdades.

Pero, en La Rosaleda, Jiménez puso el listón de su sinceridad a una altura muy elevada, seguramente como último recurso para espolear a sus futbolistas, poniendo el foco de la responsabilidad sobre ellos, aunque la sensación de vergüenza también le correspondiera por completo en su condición de máximo responsable de ese grupo. En cualquier caso, lo dijo y nadie le obligó a hacerlo. Ahora, el aficionado espera de él que siga expresándose con esa franqueza. Que se quede si así se lo pide su profesionalidad, su coraje y también sus intereses, pero que llame a las cosas por su nombre. Desde hoy en la rueda de prensa, después del partido con el Villarreal, que parece su última frontera creíble en caso de derrota, o en el tiempo venidero si continúa aquí porque cambia el viento de los resultados.