París está más cerca pero el agua retomó ayer dorsal y se metió en el pelotón para generar incertidumbre, haciendo de una etapa tostón una oferta interesante. Los ciclistas volvieron a fundir el sudor con el agua de la lluvia en una jornada en principio destinada a que Sagan cantara ese bingo que la fortuna le niega en esta edición. La lluvia exige mucha concentración para evitar lo inevitable: la montonera. Afortunadamente para todos el caos apareció dentro del cerco de los tres kilómetros que referencia la meta. ¿Por qué esa injusticia? ¿Por qué los llegadores y sus pajes no tienen derecho a romper la carrera? Cuando suben una montaña nadie les empuja los tres últimos kilómetros. Sufren un martirio y hasta pierden toda opción de tomar el buen vagón. ¿Por qué en su terreno se favorece a los incapacitados para una especialidad como cualquier otra? Hoy, en la contrarreloj, los escaladores pueden perder una minutada. Nadie tiene misericordia de ellos. Una caída a cuatro kilómetros de meta es una maldición, pero a tres kilómetros no pasa nada. ¿Y por qué no a dos, o a partir de un kilómetro, que parece estéticamente más voluptuoso con la instalación de esa araña con tanga rojo que anuncia los mil metros finales? De cualquier manera, el protegido de la diosa Fortuna es Nibali. Sigue el mismo dietario que tuvo Induráin en sus cinco tours. Es conocido que para llegar primero a París no basta con ser el mejor. Es necesario no sufrir la mala suerte.