—Usted ha sido uno de los muchos argentinos que llegó a España por el fútbol.

—Exacto. Yo soy argentino de padre español. Él emigró cuando era joven a Argentina por la mala situación económica que había por España y ahí conoció a mi madre. Es curioso, yo acabé haciendo el camino inverso a mi padre. Nací y crecí en Buenos Aires y me marché por el fútbol a España, me casé con mi mujer y formé una familia.

—Ha jugado en todos los niveles del fútbol. Se hizo a sí mismo.

—Jugué en el Platense en todas las categorías. Toqué todas las divisiones. De campos de tierra a Primera. Luego pasé a Olimpo y, de ahí, di el salto a España. Juan Carlos Barral fue el que me permitió aterrizar en Europa. Por aquel entonces tenía 18 años y me seguían muchos equipos. Aunque mi fichaje por el Real Zaragoza fue algo casual.

—¿Cómo se fraguó su fichaje por el Real Zaragoza?

—Fue algo que no controlé. Yo iba a fichar por el Atlético de Madrid. Estaba apalabrado. Pero por aquel entonces el club argentino donde estaba pedía mucho dinero por mi salida, una cantidad que el Atlético no se podía permitir. Sin embargo, el Real Zaragoza hizo un gran esfuerzo por ficharme y decidí ir allí. Yo vine a España a firmar por un equipo y acabé en otro. Fue extraño, pero terminó siendo una experiencia muy gratificante.

—¿Se llevó una desilusión por no terminar vistiendo de rojiblanco?

—Todos los que conocía estaban ahí. Todos los que me trajeron al Atlético eran conocidos míos. Llegué a entrenarme con ellos, estaba involucrado en la dinámica del grupo. Recuerdo que entré a su vestuario y me sumergí en otra dimensión. En Argentina teníamos solo una banqueta larga y una percha para colgar ropa. ¡Allí había hasta taquillas!, no lo podía creer. Estuve con mi amigo Ovejero, que luego jugó en el Zaragoza. Se puso más contento cuando me vio… Pero luego me dijeron que no podían ficharme. Fue una pequeña decepción.

—¿Cómo fue su llegada a la capital de Aragón?

—Horas después de no fichar me subí a un Renault Tiburón para poner rumbo a Zaragoza. Íbamos tres en el coche y, antes de llegar, ya me quedé blanco. Habían atropellado a una pobre chica y estaba el cuerpo tendido en la carretera. Dije, «vaya mal presagio». Luego pasamos por el Coso, que estaba todavía arreglar. Era el año 1967 y todavía no había adoquines. Pero bueno, con tal de fichar por un club era el más feliz. Además no era un equipo cualquiera, el Real Zaragoza ya era muy conocido en Argentina.

—¿Fueron duros sus primeros días en Zaragoza?

—Vinimos dos jugadores a España, yo y otro chico. Pero mi compañero se cagó y me quedé solo. Estaba sin nadie, con 19 años, en un país que desconocía. Imagine cómo me podía sentir. Se me hacía todo raro. No sabía dónde ir. Solía pasarme mucho en el cine Palafox, me gustaba mucho el cine. También pasearme por el Pasaje de Palafox.

—Usted llegó a España con muy buen cartel desde Argentina. ¿Cómo encajó en aquel Real Zaragoza?

—Desde que llegué solo quería jugar. Estaba emocionado. Yo era extremo, tanto de derecha como izquierda, Podía jugar en el sitio de Canario o Lapetra. Pero acababa siempre en posiciones distintas, ante el Barcelona llegué a jugar de lateral izquierdo para marcar a Rifé. Aquel día lo pasé mal, pero me daba igual, la cuestión era jugar. Como si me ponían a defender el arco.

—¿Recuerda su primer encuentro de zaragocista?

—El primer partido que me tocó fue un Real Zaragoza-Barcelona. Perdimos 0-3, ese fue el primer partido que disputé en España. Era el Barça de Joaquim Rifé, Benítez o Fuster. Aquella derrota no nos la permitió la afición. Nos pitaron mucho.

—Llegó a un equipo presidido por los Magníficos y que tenía un grandísimo prestigio europeo.

—Eso no lo pueden decir muchos. Yo tuve la fortuna de compartir vestuario con los Magníficos y otros grandísimos jugadores como Pais, Santamaría o Violeta, eran estrellas.

—Eran los años del ocaso de aquel Real Zaragoza de leyenda. ¿Cómo se vivía desde dentro del vestuario?

—Daba mucha tristeza. Se llevó con mucha pena, de la única forma que era posible. Se podía apreciar esa descomposición del Zaragoza. Se veía cómo un equipo que era un gigante europeo pasaba a ser un club más. Yo tenía 19 años y la mayoría de los futbolistas veteranos estaban en el final de sus carreras. Los Magníficos veían que no podían más, no podían mantener aquel nivel que deslumbraba a todos. Los que entramos nuevos tampoco estuvimos a su altura. Era muy difícil poder rendir a ese mismo nivel y mucha gente nos lo exigía.

—¿Cómo era convivir con aquellos futbolistas, el día a día a su lado?

—Recuerdo que los Magníficos destilaban grandeza. Todos eran espectaculares. Lapetra era muy bueno, conmigo se comportó muy bien. Me acuerdo mucho de él, es que era uno de los mejores futbolistas del mundo. Aunque no se reconozca actualmente. Aquel Zaragoza era un equipazo, pero se hizo mayor. El paso del tiempo es algo inevitable.

—¿Cómo se sentían los Magníficos por esa decadencia?

—Había partidos que antes se ganaban por el peso de los Magníficos, pero llegó un momento que su figura no era suficiente. Se sentían responsables de esa situación, un poco la impotencia del momento. Yo también me sentía muy mal.

—Aquellas estrellas se fueron yendo poco a poco.

—Cuando llegué al equipo todavía estaban los cinco, pero poco a poco se fueron marchando. Canario, Lapetra… El último que quedó fue Santos. Se esfumaba una época, pero el único que aguantaba siempre al pie del cañón fue Violeta. Era increíble cómo sentía el equipo. Vivía el Zaragoza con amor.

—¿Qué importancia tenía Violeta en aquel equipo?

—Recuerdo que Violeta luchó por una equiparación salarial cuando descendimos a Segunda. Había mucha diferencia en la plantilla. Con el carácter que tenía consiguió que todos tuviéramos unos salarios más equitativos. Aunque, por aquel entonces, la situación del club no era nada buena. Además no era secreto, porque Hacienda nos mostraba lo que cobraba cada uno. Muy diferente a los tiempos de ahora.

—Se acabó aquel Real Zaragoza que se codeaba con los grandes europeos.

—No había perras y, encima, nos quedamos fuera de Europa. Hubo un año que no lo hicimos bien el Liga y la directiva intentó convencer a los organizadores de la Copa de Ferias para que participásemos, pero nos dijeron que no. No nos dejaron formar parte de la competición y se acabó nuestra presencia en Europa. No debían hacer la vista gorda. Nos sentimos tristes, porque se empezaba a notar el declive del club. Eso supuso un nuevo golpe.

—¿Cómo era la salud económica de aquel equipo?

—Teníamos problemas para cobrar todos los meses. Antes de bajar a Segunda había mensualidades que nos llegaban muy tarde. Los pesos pesados sí que cobraban, ellos eran los primeros que cobraban. Muchas veces tuve que ir a la Casa del Presente para pedir préstamos, debía pagar el hotel para vivir. Lo único que nos daban al momento era la prima por ganar partidos.

—Usted vivió buenos encuentros europeos con el Real Zaragoza.

—El partido que jugamos en Newcastle no es muy conocido, pero fue un auténtico acontecimiento en la Copa de la UEFA. Recuerdo que St. James Park estaba abarrotado, creo que había más de 50.000 personas. Gritaban tanto que apenas nos escuchábamos sobre el campo. Aquel día marqué un gol de cabeza, pero no fue suficiente y caímos eliminados.

—Encima les eliminaron por una regla nueva...

—En La Romareda habíamos ganado 3-2 y en Inglaterra perdimos 2-1. No pasamos por la regla del valor doble de los goles, que se había puesto ese mismo año. Unos años atrás se hubiera jugado un partido de desempate en La Romareda y así podríamos haber pasado a semifinales.

—¿Qué encuentro le quedó grabado en la memoria?

—El partido más complicado que recuerdo fue en Aberdeen. Antes de acabar el partido nos dijeron desde el vestuario que nos metiéramos dentro porque en la grada había una revuelta por su eliminación. Pero fue hermoso vivir estas cosas.

—¿En Zaragoza vivió algún mal momento en el césped?

—El peor fue en un partido que jugamos en casa. Un señor me empezó a llamar «hijo de puta» y no me lo pensé. Salté la valla, subí las escaleras de la zona del palco y lo cogí del cuello. Todo eso en mitad del partido. Luego vinieron los policías y me devolvieron al campo. A un futbolista le hieren mucho esos insultos, además era de mi afición. Me acuerdo como si fuera hoy. También fue duro el día que Carlos se marchó.

—¿Tanta repercusión tenía Carlos Lapetra?

—Uno de los más duros fue el día que Lapetra rescindió contrato. Yo y el equipo lo notamos mucho. Era una bellísima figura, un jugador que daba paz en el vestuario. Su nivel de persona era similar a su estilo futbolístico. Un grande. Todos se portaron muy bien conmigo, hicieron que me sintiera querido, pese a que fuera una época complicada.

—¿Cómo era su relación con la prensa deportiva zaragozana?

—No caía bien a la prensa. Decían que por qué jugaba yo y no chicos de la cantera. Porque no jugaba Hidalgo o Planas y yo sí. A mí me tocó jugar en muchos partidos y no pasaba nada. Recuerdo que metí dos goles al Pontevedra y me dijeron que había jugado mal. Había un periodista que me dijo que si le compraba unos puros Toshiba me ponía bien en las crónicas. Le dije que no se preocupase, que no iba a tener sus puros. Y se enfadó muchísimo.

—Usted vivió aquel descenso a Segunda en el año 1971, ¿cómo se vivió desde dentro?

—El descenso a Segunda fue duro. Fue la consolidación de la decadencia del equipo. El fin de una era gloriosa. También era normal, sin dinero y sin inversión no se podían hacer grandes cosas. Creo que la afición se mentalizó de los pasos que estaba dando el equipo.

—¿Era complicada la categoría por aquellos años?

—La Segunda División no era sitio para el Real Zaragoza. Recuerdo que nos costó adaptarnos. Había muchos partidos que nos podían los nervios porque no podíamos ganar con nuestro nivel. Sufrimos mucho, como le ocurre al Zaragoza actual.

—Aquel año del ascenso fue la antesala del equipo de los Zaraguayos.

— Por poco no viví aquella época. En Segunda ya estaba Ocampos, era una grandísima persona y un tipo muy bravo. En el campo subía las revoluciones y muchas veces no distinguía a los rivales de sus propios compañeros. Pero era un fenómeno.

—Ascendió a Primera y se marchó del Real Zaragoza.

—Conseguimos devolver al equipo a Primera División, que era nuestra obligación. Luego se me acabó el contrato y me marché al Racing de Santander. También jugué en Osasuna. Después me fui a Francia para firmar por el Toulon FC. Viví unos buenos años en ese equipo que está en la Costa Azul, entre Marsella y Saint-Tropez. Fue una experiencia muy bonita. Aunque siempre digo que he tenido la fortuna de haber formado parte de la historia del Real Zaragoza.

—Vino de casualidad y terminó haciendo su vida en Zaragoza.

—Cómo es el fútbol. Me casé con mi esposa Carmina y tengo un hijo y una hija. De vez en cuando he ido a La Romareda, pero siempre me preocupo para ver su situación en la tabla. También me gusta mucho el baloncesto, aunque el Tecnyconta Zaragoza tampoco nos está dando muchas alegrías. Hay que tener la mentalidad que tuvimos en nuestra época; unidos y con ganas de triunfar. Esa es la clave para que todos vuelvan a su sitio. Todo club pasa por malos años, como nos pasó a nosotros. Pero no hay duda que el Zaragoza volverá a ser grande.