Tres temporadas (73-76), la primera de ellas llegando a mitad de la competición, le bastaron al paraguayo Lobo Diarte para ganarse el corazón del zaragocismo y para forjar un mito que desde ayer entra de lleno en la leyenda zaragocista. Carlos Martínez Diarte (Asunción, 1954) falleció ayer a los 57 años en el hospital Peset Aleixandre de Valencia víctima de un cáncer, una batalla que comenzó hace más de un año y que no pudo ganar. Las comparaciones no son fáciles de hacer, pero desde luego que pocos, muy pocos, delanteros en la historia del Zaragoza están a su nivel. Fue un ariete completo, ágil y valiente, que se ganó a la afición nada más aterrizar en una Romareda que disfrutó con sus goles y que todavía recuerda con nostalgia a Los Zaraguayos, aquel Zaragoza que firmó un subcampeonato en la 74-75, su mejor clasificación en Primera.

La noticia fue un mazazo para el zaragocismo. Diarte ya había reconocido su enfermedad en algunas entrevistas, pero era difícil imaginarse un desenlace tan rápido. En los primeros meses del 2010 y cuando era seleccionador absoluto de Guinea Ecuatorial unas molestias en la espalda le hicieron viajar a Valencia, donde tenía su residencia habitual, para someterse a unas pruebas que revelaron un tumor ilíaco y otro en las vertebras que le obligaron a dejar su actividad profesional para centrarse en combatir la enfermedad: "Soy un guerrero, el Lobo nunca se rinde", diría unos meses después en Superdeporte, en una entrevista donde lamentaba que ninguno de los clubs en los que estuvo le había llamado en estos meses. "Soy más de apoyar a la gente cuando lo necesita, no de prenderle velitas después", añadía el Lobo, sobrenombre que debe a su zancada rápida y larga y que le puso el exfutbolista paraguayo Mario Rivarola.

TRASPASO HISTÓRICO Hablamos de un delantero enorme, un cazagoles y un adelantado a su tiempo en la forma de jugar. Fue un ariete moderno y lleno de garra que deslumbró desde su llegada a Zaragoza un 9 de enero de 1974. Arrúa, decisivo para que viniera y su mejor compañero dentro y fuera del campo después, Cacho Blanco, Ocampos y Soto fueron los otros que dieron nombre a Los Zaraguayos, un equipo histórico. El Zaragoza pagó cerca de 5,7 millones de pesetas por el Lobo al ejercer una opción que Avelino Chaves, entonces secretario técnico, se guardó cuando fichó a Arrúa. Tenía 19 años, 750.000 pesetas de ficha (premios al margen) y era la primera vez que salía de su país. En el verano de 1976 fue traspasado al Valencia por un millón de dólares (unos 60 millones de pesetas de entonces), una cifra récord.

Con un carácter entrañable y un espíritu juvenil que siempre le acompañó, por mucho que cumpliera años, Diarte marcó 39 goles en 87 partidos oficiales como zaragocista, 30 de esos tantos en Liga. Uno de ellos, por cierto, fue el 1.000 de la historia zaragocista en Primera. Carriega fue su entrenador en La Romareda y Avelino Chaves su descubridor, el hombre que hizo posible que el Zaragoza disfrutara de uno de los mejores delanteros de su historia. "Era un gran jugador y una gran persona en todos los sentidos. Carlos tenía 19 años cuando vino y Arrúa le ayudó mucho. Es de los delanteros centros más completos que recuerdo. Ojalá lo tuviéramos hoy", dijo Chaves en la Cadena Cope.

Su baja en el Zaragoza se notó muchísimo y el equipo que había hecho historia no tardó en caer a Segunda (76-77). Mientras, sus comienzos en el Valencia dejaron un récord en la historia valencianista, ya que marcó 11 goles en las 7 primeras jornadas. Posteriormente, Diarte jugó en Salamanca, en la temporada 79-80, y en el Real Betis, de 1980 a 1983, ya que ese año marchó al fútbol francés para enrolarse en el Saint-Étienne hasta 1985.Tras doce años en Europa, Diarte volvió a su casa, el Olimpia de Asunción, en el que se retiró tras adjudicarse el campeonato paraguayo. Después de colgar la botas, el bravo punta guaraní inició su carrera en los banquillos con una primera experiencia en 1988 como ayudante de uno de los grandes clubs de su vida, el Valencia. Más tarde fue primer técnico del Atlético de Madrid B (1997-1998), el Salamanca (1998-1999) y el Gimnàstic de Tarragona (2002) en España, una carrera que también desarrolló en su país en el Guaraní, el Olimpia y el Atlético Colegiales. El cáncer le impidió cumplir el sueño de entrenar al Zaragoza, como en público y en privado había manifestado.