Descalzo y con un balón deshinchado. Así fue la infancia de Willian José en la pequeña ciudad de Porto Calvo, al noreste del país carioca. Creció al igual que la gran mayoría de niños brasileños, resistiendo en esas calles alargadas repletas de casas viejas y desgastadas. Entre esas paredes pintadas con colores llamativos siempre rodaba un balón. Detrás de éste siempre iban los muchachos del barrio, aquellos que no querían mirar más allá de esos pequeños momentos esféricos, de gozo y deleite mientras el sol se ponía. Era su monotonía para escapar de la realidad. Como si ese cuero hecho de otro material pudiera ser su billete para un destino mejor. «Para mí y mi familia, el fútbol ha sido la salvación», explica Willian.

Eran cinco hermanos y solo contaban con los ingresos que traía su padre. No tenían dinero para costear cualquier tipo de sueño. De hecho, el pequeño Willian jugó durante mucho tiempo sin zapatos, en unas condiciones feroces muy alejadas de lo que se vive en Europa. «La calle era de asfalto y estaba llena de piedras. Acababa con los pies llenos de sangre y muy dolorido. Pero fue una infancia muy feliz». Sabía que para alcanzar su ilusión debía aguantar esa penitencia, además de otros sacrificios, como no ir al colegio. «Prefería irme a jugar antes que estar en clase. Luego volvía a casa con la ropa rota y mi madre me regañaba, decía que eso en clase no me lo había hecho», dice sonriendo.

La luz de Willian José comenzó a radiar en espacios reducidos. Todo empezó jugando al fútbol sala; cuerpeando con chicos tres años mayor que él. En este ámbito desarrolló sus habilidades con el balón y ese letal juego de espaldas, «además, siempre que toco la pelota lo hago con la planta del pie. Eso lo aprendí en el fútbol sala». Un ojeador le llevó a probar al Sao Paulo para probar en fútbol once. Ese contacto terminó siendo definitivo para que, tras unos años de tránsito, debutase en la elite brasileña con el Gremio Prudente. Apenas 19 años y ya levantaba una estatura considerable. Su desparpajo y potencia, trufada con goles de buen calibre, le sirvieron para recibir la llamada de la selección brasileña sub-20. Óscar, Casemiro, Danilo, Coutinho… Era una camada de cachorros superdotados y rebosantes de talento. Muchos de ellos estuvieron presentes en la última citación de Tité para la absoluta, donde fue por primera vez Willian. «Imagínate lo que es para un brasileño poder ir con tu país. En Brasil somos más de 200 millones de habitantes y solo 25 van convocados. Soy un privilegiado».

Prisionero de las cesiones

Había mucho fútbol de calle en aquel vestuario de la canarinha que se proclamó campeona del mundo sub-20. Aquel juego alegre atrajo las miradas de muchos clubs que querían picotear en ese mar de finura. A Willian José se lo llevó el CD Maldonado. Un club intermediario; ficha y cede jugadores que jamás vestirán sus colores. Así le fue al atacante brasileño. De cesión en cesión. Había equipos en los que apenas estaba unos meses. «Sentí que con tanta cesión se podía acabar mi carrera. Estaba perdiendo la ilusión y las ganas por el fútbol. Muchas veces sentía que estaba preso». Aquel mar de años a préstamo, bajo un futuro totalmente opaco, le llevaron a la capital de Aragón. Sentía que su luz se apagaba y el Real Zaragoza podía ser la chispa que le despertase.

«Llegué a las oficinas y me explicaron la cantidad de jugadores brasileños importantes que hubo en el club: Ewerthon, Sávio, Oliveira o Cafú, fue una motivación más» relata Willian. Por aquel entonces tenía 22 años. Era un chaval al que el fútbol le estaba obligando a madurar a base de golpes. En Zaragoza tenía el reto más importante de su carrera. Debía reivindicar sus aptitudes para esclarecer su porvenir. Sin embargo, no todo salió como esperaba. Willian acabó relegado a un segundo plano, apartado de los laureles que recibía Borja Bastón, el delantero titular. «Solíamos jugar con un punta y yo sabía que no tenía apenas posibilidades de ser titular. Ranko Popovic tenía un estilo de juego que no me iba bien», relata Willian.

La incidencia en el juego del punta brasileño fue disminuyendo conforme avanzaba la Liga: «Muchas veces entrenaba sabiendo que no iba a jugar ni un minuto». Su talento era evidente, pero no terminaba por plasmar esas características sobre la partitura. Además, la actitud introvertida que tenía por aquel entonces no facilitó su adaptación. «Apenas sabía español. Era tímido y hablaba con pocos, de hecho no hice ninguna amistad con ningún jugador», explica el brasileño.

Relación con Popovic

Popovic intentó hacerle reaccionar por todos modos, el serbio se desvivió por conectar correctamente los cables de la cabeza de Willian, algo que no consiguió durante el ecuador de la Liga. «Ranko me ayudó bastante, me motivaba a que hiciera las cosas bien. En aquel momento teníamos una relación dura, pero ahora me doy cuenta de las cosas buenas que hizo por mí», asevera el futbolista.

Su relación con el Real Zaragoza estuvo cerca de torcerse durante las vacaciones navideñas. Willian retornó a Brasil con su mujer para pasar unas semanas donde desconectar y reponer las baterías para la segunda vuelta, un retorno que casi no se produjo. «Por mi cabeza pasó dejar el Real Zaragoza en invierno. Le dije a mi representante que no quería seguir, pensé en buscar algún equipo brasileño. Solo mi mujer sabe cómo me afectó mi situación en Zaragoza».

Su vuelta a España fue aún más complicada. Nada más tocar tierra, en Madrid, llegó un momento crítico. «Tuvieron retenida a mi mujer por un problema de documentación. Ella lloró mucho y dije que si la mandaban de vuelta a Brasil yo me volvía con ella... Menos mal que vino Cuartero y lo solucionó todo. Gracias a él pudimos arreglar aquella situación tan horrible. Fue un gesto que me hizo tener confianza, si no hubiera sido por él posiblemente me hubiera ido», relata.

Muchas veces Willian terminaba el entrenamiento abatido por su situación. Por no estar mimetizado con el ambiente y su escasa repercusión en el equipo. Sin embargo, el fútbol siempre es impredecible. Cualquier circunstancia puede cambiarlo todo. La lesión de Borja Bastón en Pucela le hizo salir al ruedo. Era el único delantero referente y tenía que cargar con el peso del ataque. Esa presión no le vino grande, al contrario, se elevó como un coloso para comandar al equipo hacia las cotas más altas en la categoría de plata. «Cogí la confianza que no había tenido. Sentía que mis compañeros jugaban para mí, aquello me hizo sentir vivo. Era lo que necesitaba».

De pronto, Willian José comenzó a brillar. Nada volvería a ser como antes. Su línea ascendente llegó hasta la eliminatoria ante Las Palmas. Anotó un gol y dio una asistencia. Salió vitoreado del coliseo zaragozano tras su gran actuación que dejaba al equipo a las puertas de Primera: «Recuerdo aquel día con mucho cariño. Fue increíble cómo animaba todo el estadio. Podías sentir la energía de los aficionados». Aquella temporada se saldó sin el ascenso a Primera División, pero puso al punta carioca en el escaparate de equipos de la elite. «Creo que todo pasa por algo. Si el Zaragoza no ascendió aquel día es porque le espera algo mucho mejor. Yo guardo un gran cariño al club. Sufrí mucho, pero conseguí aprender para madurar y hacerme mejor jugador. El Zaragoza fue importante en mi vida».

El presente de Willian José reluce como un sol. Brilla desde San Sebastián, donde reside con su esposa y sus perros, a los que lleva a pasear a la Playa de La Concha. También se convirtió en el primero en marcar cuatro goles en un partido de Europa League. Su gran nivel le sirvió para ir convocado con Brasil, junto a muchos de sus amigos de aquella Sub-20. Un chico que llegó a lo alto desde la máxima humildad. «Lo más bonito que he hecho es poder ayudar a mi familia. Mis padres me dieron lo poco que tenían y gracias al fútbol les puedo dar una vida mejor», relata. Willian José rompió sus cadenas, dejó las cesiones para firmar por cinco años con la Real. Club que le ha liberado y le ha hecho feliz. Una estabilidad que está permitiendo sacar toda la luz a un delantero brillante.