El chico y su flequillo beatle no jugaban de titulares desde el Día de Reyes, es decir desde el 6 de enero. Lo había hecho mejor que bien en la ausencia por lesión de Benito, pero para Natxo González no fue suficiente: los galones eran de Alberto y al recluta le tocaba hacer guardia en el frío banquillo. Después en un limbo de complicada explicación. Se abrió un breve aunque interesante debate si ese lateral no debería ser para el canterano porque su compañero, un futbolista de indiscutible calidad, había regresado de la enfermería con secuelas. Este no es el momento para elegir pareja de baile. Esta es la jornada de Julián Delmás, a quien el técnico eligió para desactivar al mejor jugador del campeonato, a Jony el Guapo. Cuatro meses después, échale un lazo al galgo sportinguista.

Su actuación frente al Sporting desborda cualquier tipo de relato, aunque habrá que intentarlo para contar lo que hizo. Sin duda con dificultad, porque ¿acaso se puede novelar el paso de un cometa? Delmás es un muchacho flaco y no demasiado alto que a primera vista podría despertar sospechas físicas y ternura maternal. Ya dejó claro en sus 14 titularidades anteriores que el envoltorio era puro camuflaje: dentro hervía un tipo con descaro de veterano, atrevimiento para despegar hacia zonas atacantes y con una capacidad sobresaliente para sacar el balón jugado en una época en la que el equipo y sobre todo la defensa pegaba a la pelota con bate de béisbol. Subía y baja con los riesgos que implica su profesión de carrilero. Por ese camino de meritorio, se le recuerdan dos asistencias a Borja Iglesias en Sevilla y aquel gol, sí gol, que dio la victoria al Real Zaragoza en El Molinón.

Con el mismo equipo enfrente, una responsabilidad multiplicada por lo que había en juego y tanto tiempo entre barrotes, el entrenador le encomendó hacerse cargo de Jony, que lo tiene todo para arruinar el encuentro y hasta la carrera a quien pretenda robarle protagonismo. Bueno, pues este muchacho aragonés, de la cantera y de sentimiento zaragocista dejó a la perla dentro de la concha. Se le escapó en alguna ocasión, claro está, cuando los gemelos se le juntaron con las cervicales por el esfuerzo. Con todo, tieso como la cabeza de un león disecada, con más calambres que un condenado a muerte en la silla eléctrica y las medias desmayadas sobre sus tobillos en busca de oxígeno por donde fuera, el lateral no solo se dejó la piel para colaborar a que el Real Zaragoza pueda celebrar que ya es casi equipo de playoff, sino que fue el alma de la primera parte junto a Borja iglesias y de la resistencia bajo la amenaza del posible desplome. Junto a Zapater, Lasure, Pombo, Guti... Nada es casual.

El detalle que tuvo en la asistencia a Borja en el segundo gol hay que dejarlo para el final si bien podría haber abierto la crónica. O las carnes. Ese pase no lo puede ejecutar un cualquiera. Es más, debería mostrarse como ejemplo en clases de ingeniería aeronáutica. O en aulas se donde se impartan conocimientos artísticos. Por supuesto en todos las escuelas de fútbol aragonesas... Con un toque delicado y exacto, calibrado por un tobillo de orfebre visionario, superó tres líneas con un solo golpeo tras quitarle el esférico a Jony. Un eagle en toda regla, un lanzamiento que partió del tee y superó todos los hoyos del campo para dejar que El Panda la empujara junto al hoyo. Fue para que en ese instante Jack Nicklaus, el Oso Dorado, hubiera detenido el encuentro para regalarle varias chaquetas verdes del Masters de Augusta. No le dio a la bola con un hierrro, no, lo hizo con un plumero.

De este triunfo magnífico y colectivo con tan estupendos beneficios, solo queda por escuchar a algún pequeño y flaco zaragocista con flequillo a lo Paul McCartney: "Mamá, quiero ser Delmás".