Andrés Mazali debía de ser un tipo fácil de odiar. Campeón sudamericano de 400 metros vallas (tenía el récord continental de la especialidad), campeón de Uruguay de baloncesto con el Olimpia de Montevideo, doble campeón olímpico de fútbol con la selección uruguaya (en París 1924 y Amsterdam 1928), prodigioso bailarín, apuesto casanova, presencia ineludible en las fiestas más fastuosas de la alta sociedad montevideana... Un deportista completo con fama de playboy irresistible. Si los Kinks (y los Jam) querían ser como David Watts, los jóvenes uruguayos de finales de los años 20 querían parecerse a Andrés Mazali. O asesinarlo.

Iba para delantero, pero acabó bajo los palos por culpa de unos pies demasiado grandes. En aquella época, los jugadores de campo estaban obligados a llevar botas de fútbol, porque la pelota era muy dura y pesada; los porteros, en cambio, podían calzar zapatillas corrientes o incluso zapatos. A Mazali le resultaba muy difícil encontrar botas de su número, por lo que acabó jugando de guardameta. Y en esa posición también brilló, claro. Rápidamente llegó a la selección nacional y se ganó la titularidad. Defendiendo a la celeste tuvo el dudoso honor de encajar el primer gol directo de córner de la historia (se lo marcó el argentino Cesáreo Onzari en un partido amistoso jugado en Buenos Aires en septiembre de 1924; fue bautizado como ‘gol olímpico’ porque los uruguayos venían de conquistar la medalla de oro en los Juegos de París), pero también se convirtió en el principal artífice de una impresionante racha de victorias que consolidó al equipo charrúa como la selección hegemónica en el continente.

Decididos a no dejar escapar el triunfo en la primera edición del Campeonato Mundial de Fútbol, los dirigentes uruguayos acordaron suspender la temporada liguera de 1930 y concentrar a los jugadores durante 60 días en un lujoso hotel de Montevideo. El encierro resultó demasiado largo para un hombre con los apetitos de Mazali. Una tarde, pocos días antes del inicio de la competición, el portero desapareció misteriosamente y no volvió al hotel hasta la mañana siguiente; lo hizo, como quien dice, con la corbata desanudada y los zapatos en la mano. Tras varias reuniones y conversaciones telefónicas, el joven técnico Alberto Supicci dejó a Mazali sin Mundial.

Algunos años después, el capitán de aquella selección, José Nasazzi, contó una historia un poco diferente. «[Mazali] era muy mujeriego y una noche se escapó de la concentración para irse con una rubia. Lo expulsaron y no hubo defensa para él». La identidad de la rubia en cuestión fue durante un tiempo objeto de morbosas especulaciones; la versión más extendida es que guardaba un estrecho vínculo con un alto dirigente de la Asociación de Fútbol Uruguayo.