Adán Pérez no es Maradona ni un futbolista top de Primera. Ni nadie ha dicho que lo fuera. Adán Pérez es un obrero del fútbol, integrante destacado del club ganarás el pan con el sudor de tu frente y que pelea por su futuro en cada aliento. Un trabajador de pico y pala pero dueño de un don escaso en el negocio: hace goles con una sencillez natural sin ser un nueve, siempre llegando desde la segunda línea y apareciendo en el lugar exacto en el momento justo. La temporada pasada marcó 22 con el Real Zaragoza B en Tercera y, anteriormente, había merodeado los 20 en el Andorra y superado los diez en el filial del Numancia.

Tiene 24 años, es aragonés --nacido en Quinto-- y el aficionado lo quiere, y lo quiere en el primer equipo, porque ve en él a uno de los suyos, a un chico esforzado que lucha por hacerse un hueco con honestidad en un territorio desconocido a partir de los méritos contraídos en la Ciudad Deportiva. Adán ha hecho dos goles en la pretemporada, corroborando su bien ganada fama de llegador con buena puntería y pólvora en las botas. Y ha corrido como un jabato, que es justo lo que es.

El Real Zaragoza lo quiere ceder porque entiende que no da el nivel suficiente para ocupar una de las fichas del restrictivo marco impuesto por la Liga de Fútbol Profesional (LFP), aunque ayer Martín González entreabrió una puerta a una posible continuidad que parecía completamente cerrada. A Víctor Muñoz no le gusta en exceso y el técnico suele ser contundente en sus decisiones. En este verano de sentimientos a flor de piel, la figura de Adán ha servido para acercar el vínculo de unión entre el aficionado y la plantilla, antes tan deteriorado. No sería inteligente destruirlo parcialmente en un momento en el que las fuerzas vivas del zaragocismo reman en una misma dirección. Conservar intacta esa sinergia el mayor tiempo posible es una de las claves del éxito a medio plazo. No por capricho sino porque se la ha ganado: Adán merece una medida de gracia.