Sin descanso anda Messi. Sin descanso en un 2017 frenético donde ha recibido la ayuda de Luis Suárez, su amigo del alma, y de Neymar, el joven que se asoma, ahora sí, con energía después de cinco irregulares meses de competición. Sin descanso, pero siendo, y a pesar de sus dos terrenales partidos ante PSG y Deportivo, el más decisivo. Como siempre. El que más juega, el que más goles marca (16 en 19 partidos), el que más asiste y, sobre todo, el que más se reinventa a cada semana.

Messi ha vivido, al igual que el Barcelona, una inacabable montaña rusa, especialmente desde la catastrófica caída en el Parque de los Príncipes. Se vio la estrella en el abismo, con el Madrid escapándose en la Liga, y sintiendo que a inicios de marzo, por mucho que esté la final de la Copa en el horizonte, tenía la temporada casi en la papelera. Del Leo abatido y deprimido, que ni pisó el área en París, se pasó al Leo irritado y enfadado, incapaz, además, de festejar un penalti decisivo sobre el Leganés lanzado en el último suspiro. No quería ni tampoco tenía ganas de celebrar nada de nada.

Pero nada resultó comparable con la imagen de Messi cuando Sergi Roberto rescató al Barça, y a él también, de ese abismo al que andaban condenados. Cuando se encaramó a la valla de publicidad para fusionarse con el pueblo, no era un jugador más. Era un culé más, el más grande, que en 2017 sigue siendo decisivo.