El Real Zaragoza seguirá una temporada más en Segunda, la quinta consecutiva. Esa meta tan triste la terminó de conquistar en Montilivi con un empate que también necesitaba el Girona para lograr su primer ascenso a la élite, que celebró sobre el césped ese éxito mientras el equipo zaragocista era un convidado de piedra tras un partido que fue lo esperado, un pacto de no agresión entre dos equipos que necesitaban empatar y lo hicieron, sin ni siquiera esforzarse en disimular sus intenciones. Ni un disparo a puerta, ni una acción de peligro, ni una mínima intención ofensiva. Nada. El encuentro no existió, fue un simulacro con el objetivo de que los minutos fueran pasando mientras la grada de Montilivi vivía la fiesta en aumento y el zaragocismo incrementaba sus ganas de sentir vergüenza, una sensación repetida no pocas veces en la historia reciente.

Esa sensación de bochorno se mezcla en el zaragocismo con la de alivio, porque la temporada, a mediados de marzo, apuntaba a tragedia, cuando Raúl Agné pilotaba un equipo que iba cuesta abajo y sin frenos hacia la Segunda B ante el inmovilismo de la entidad, que esperaba a acabar la Liga como fuera para que llegara la era de Natxo González, que ahora, una vez consumada la permanencia en la categoría de plata, va a comenzar.

César Láinez supo frenar la caída, regatear al descenso y que la temporada, tan terrible, tan gris, tan agónica, no derivara en trágica, en el último episodio hacia la desaparición. Por ahí, por el regate a ese desenlace, por la posibilidad de empezar un nuevo proyecto que, de una vez por todas, tenga los elementos necesarios para subir a Primera, para colocar al Zaragoza de nuevo donde merece, hay que ver el punto logrado en Montilivi, en una jornada donde Mallorca y Elche se fueron a Segunda B y donde ganaron Nástic y Alcorcón. Menos mal que el Girona solo necesitaba ese empate. Si hubiera tenido que ganar, el Zaragoza tiene pinta de que habría llegado al epílogo liguero con los deberes sin hacer, con ese punto aún por lograr.

Para la buena salud del zaragocismo, para que su corazón no sufra más y para que Láinez pueda descansar tras el trabajo hecho, el Girona solo necesitaba empatar y tenía preparada la fiesta, que vio aguada en anteriores ocasiones y que esta vez no estaba dispuesto a dejar escapar. Así que el partido fue desde que Arcediano Monescillo pitó el inicio un claro pacto de no agresión, un choque en el que ninguno de los dos buscó la victoria.

SIN SORPRESAS / Ya lo había anticipado Pablo Machín el viernes. Lo más lógico, el sentido común, es que, si dos equipos necesitan empatar, lo acaban haciendo. Y desde el pitido inicial se supo el desenlace. El Girona y el Zaragoza, con la única novedad de Cani en el once, empezaron a acumular largas posesiones sin ninguna intención de mirar a la portería rival y con algunos momentos cercanos a la hilaridad.

Un remate desviado y lejano de Lanzarote casi recriminado por la grada, un tiro para no marcar de Marcelo Silva mientras Samaras sonreía en el banquillo, un despeje de Fran Sandaza en una falta cercana del Girona, multitud de pases horizontales o de contras frenadas... Y Montilivi jaleaba a los suyos, que veían cumplido por fin el sueño de Primera División mientras el zaragocismo no sabía si sentir pena, rabia, alivio o bochorno. O todo a la vez. Ayer, hace justo un año, en Palamós, el Llagostera le hizo seis a un Zaragoza que buscaba entrar en promoción de ascenso. Esta vez, no hubo ninguna humillación y sí la conquista de una tristísima meta que no alivia el sentimiento de pena de cualquier zaragocista, hastiado de la durísima realidad de los últimos años.

Nada cambió en la segunda parte, donde aún más si cabe el Zaragoza y el Girona aumentaron la idea de que bajo ningún concepto había que amenazar las porterías de Bono y de Ratón, que podían haber sido dos espectadores más. El primer córner del partido llegó, por un error de José Enrique, cuando el reloj se acercaba al minuto 70. Casi nada...

Láinez movió el banquillo para que salieran Xumetra, exjugador del Girona y más ovacionado ayer que en todo el curso en La Romareda, Valentín y Edu García. Samaras siguió sonriendo en su trono y Machín agotó sus cambios (Cifu, Sanchón y Richi). Los minutos caían con lentitud. El Zaragoza quería dar carpetazo a tan nefasto año sin esperar al epílogo ante el Tenerife y el Girona deseaba celebrar su ascenso. Y el reloj, a paso de tortuga.

Llegó el descuento, con el banquillo del Girona ya desatado y saltando y con el colegiado con una mueca de sonrisa. Arribó el final del partido que no se jugó y la meta más triste para este Zaragoza ya en su nuevo día uno. A ver si a la quinta va la vencida...