Nada más echar el balón fuera, Obradovic se dio cuenta de que se había equivocado. Levantó la mano y pidió perdón, con la cabeza gacha, asumiendo la equivocación pero sin mirar a sus compañeros. A ellos les pedía perdón, al resto también. Alguno que otro maldijo, pero pocos entrevieron que tras ese gesto de petición de absolución llegaría la condena. Apenas un minuto antes había marcado Postiga de zurdazo, así que quién se iba a imaginar que el indulto general anunciaba el escarmiento. En estas llegó el fútbol para recordar que no hay error sin castigo. Un balón que se tira por el fondo sin deber, un saque de esquina que Dujmovic olvida en el primer palo, otro despiste por detrás, y zas. Funeral.

Valga también la siguiente consideración: si el Zaragoza fuese quinto en la tabla, o decimosegundo; si no jugase con el sobresalto metido en el cuerpo; si tuviese la confianza propia de un equipo con historia grande; si no fuese, al cabo, lo que es, un conjunto descastado, antipático y miedoso, el serbio no habría echado el balón fuera. Pero... En la duda, el lateral quiso protegerse. Lo hizo para no meter la pata, sobre todo. Hasta dentro la metió, como se sabe. No hay justicia poética en el fútbol. Tampoco hace dos semanas, cuando al Zaragoza le cayó la victoria en el noventaytantos sin merecer casi nada. El canelo de ayer, recordó alguien, fue el del Villarreal en La Romareda. Correcto. Los puntos se vienen y se van en estos partidos que un combatiente tira al aire, ya sea porque no tiene criterio futbolístico o por su temor al fracaso. El Zaragoza, desgraciadamente, reúne ambos argumentos.

El final de ayer, sin embargo, reunió un punto de crueldad inesperado, que castigó a culpables e inocentes por igual. A la afición del Zaragoza le sobran dedos de una mano para contar alegrías recientes. Así que ayer era una tarde para disfrutar, sin pensar lo que llegará. Se preparó el partido como si fuese otro encontronazo de esos que ambos vienen repitiendo desde hace unos años, de fútbol hosco, tensión arriba y marcador apretado. Se hizo sin pensar que esta vez era diferente, que el equipo navarro llegaba a La Romareda con 20 puntos de ventaja; sin querer mirar, por supuesto, la clasificación; sin querer pensar en pasado ni en futuro. El fútbol ayer fue presente. El que quiso la gente, el de la indigencia de su club a la vez. Esa felicidad incontenible duró tan poco... Y pareció tan injusto.

Osasuna, zaborrero toda la tarde, matraco como casi siempre, se llevó el premio, cómo no, en un pelotazo aéreo. Éste, al menos, tuvo bastante más sentido que aquellos que convirtieron en goleada en la primera vuelta en Pamplona. Obviamente, como anticipó Mendilíbar el viernes, la diferencia entre Zaragoza y Osasuna no es la que se ve en la tabla. Desde luego, ni mucho menos. Se diría que, como poco, son equipos similares. Claro que los pamploneses aprovechan sus virtudes y esconden sus defectos aunque sea a pelotazos, que bien poco les importa. Al Zaragoza, bien al contrario, se le ven todas las miserias. Habrá que agradecérselo otra vez a Aguirre, que dejó un equipo desvencijado. Y, por supuesto, a Agapito. De ese no se olvida nadie. Nunca.