Apenas cinco días han estado paradas las bicicletas tras cruzar el domingo pasado la línea de meta de los Campos Elíseos. La Clásica de San Sebastián (o Klasikoa) es algo así como un atardecer que sirve a muchos ciclistas para olvidar los malos días pasados en el Tour y, como en el caso de Bauke Mollema, poder recuperar la fe en sí mismo después de que el cansancio se apoderara de él en las jornadas alpinas y se despidiera del sueño de acompañar a Chris Froome en el podio de París.

El ciclista del Trek sorprendió a Alejandro Valverde, Purito Rodríguez y también Tony Gallopin. Y de la vigilancia entre ellos, nadie se fiaba de nadie, se aprovechó para ganar la carrera en solitario. Fue como una recompensa para el ciclismo holandés, demasiado desafortunado desde hace un año, demasiado acostumbrado a perder carreras en el último instante. Tom Dumoulin, por ejemplo, se despidió de la victoria de la Vuelta en la penúltima etapa y cuando la semana pasada parecía impulsado hacia la medalla de oro en la contrarreloj olimpica de Río, se cayó de forma inesperada en el Tour y deja ahora en un papel incierto su participación en los Juegos. O Steven Kruijswijk, en el Giro, donde sus rivales no podían con él pero una caída en el descenso del Agnello lo apartó de luchar por la victoria final.

Mollema atacó en el descenso de Murgil Bidea, una corta pero durísima ascensión en los alrededores del monte Igeldo, a las afueras de San Sebastián, que se estrenó este año, y abrió hueco suficiente, entre la vigilancia de los dos corredores españoles, para adjudicarse la carrera. Valverde, por su parte, consiguió su sexto podio en la Klasikoa, donde cuenta con dos victorias. Fue también la despedida dePurito de la prueba vasca y el retorno a la competición de Alberto Contador, tras la retirada en la ronda francesa. El ciclista madrileño se tomó la carrera como un rodaje y llegó a la meta en la 39ª posición.