Hay derrotas que desnudan a todo el mundo. Desde el entrenador al presidente, en un efecto dominó que nadie sabe muy bien cuándo y cómo acabará. Hay derrotas que sitúan al Barça al borde del abismo, quizá porque lleva tiempo caminando sobre un alambre en un ejercicio de funambulismo que en París le llevó a estrellarse contra el suelo. Sin red. Por más que le quede una última vida en la vuelta en el Camp Nou, resucitar exige mucho más que un milagro. El desastre de París deja en una delicada situación, sobre todo, a Luis Enrique, instalado sobre un volcán, cuya lava es imprevisible.

Europa queda ahora como una utopía para el equipo del tridente -nadie ha remontado un 4-0 adverso en la Champions moderna-, muy lejos de los tiempos de gloria que le llevaron a conquistar Berlín. No hace tanto tiempo. Ni dos años han pasado. El técnico, que ofreció su cara más crispada fuera del campo dejando con la palabra en la boca a Jordi Grau, el periodista de TV-3, tampoco supo encontrar respuestas futbolísticas para detener la hemorragia que le provocó el vertical, eléctrico y camaleónico equipo de Unai Emery.

TSUNAMI EN EL CAMP NOU / Tras abandonar despojado de todo ropaje París, el Barça se ha quedado mudo, cancelando ayer, y de forma inmediata, dos actos extradeportivos: uno de Piqué en Barcelona sobre nutrición y otro de Messi en Egipto para promocionar una campaña contra la hepatitis C. Antes del entrenamiento, hubo una reunión. Media hora de charla para decirse las cosas a la cara, justo después de que Luis Enrique se pusiera el primero en la fila de la autocrítica. «Podíamos haber hecho el pino y hubiera pasado lo mismo. Si hay un responsable, ese soy yo. No le busquéis más cositas», argumentó, anticipándose al tsunami que se le venía encima.

Llega este durísimo tropiezo para Luis Enrique en su tercer año, justo cuando su discurso no cala con tanta fuerza en el grupo, erosionado, como le pasa a todos los entrenadores, por el paso del tiempo. Aún más en el Camp Nou. Sin saber si Messi va a rubricar su renovación, igual el que se marcha es Luis Enrique. El club dice que no tiene plan B, pero trabaja en silencio por si el asturiano decide marcharse. En la recámara están Sampaoli, que tiene una cláusula de salida del Sevilla, y Valverde, quien ya pudo dirigir al Barça dos veces atrás.