La derrota del Real Zaragoza en el Carranza ha sido desvergonzada, indecente e irrespetuosa. Tiene que responder todo el mundo por un 3-0 canallesco de principio a fin, pero seguramente nadie lo hará en un club visitado puntualmente por el monstruo de la irresponsabilidad, del oscurantismo y la falta absoluta de transparencia, es decir de verdades deportivas por no entrar en otras materias más delicadas. Raúl Agné dio ayer su versión próxima a la realidad de este partido infame, mostrando con demasiada prudencia su indignación. No le gustó ver cómo se bajaron los brazos y lo calificó de "inaceptable". Hay otros adjetivos que se ajustan más a la terrible imagen, por ejemplo bochornoso o humillante. El técnico cree que podrá con el reto de resucitar al cadáver que flota boca abajo en la 14ª posición de Segunda con 25 goles en contra, pero debería plantearse hasta qué punto sus chicos le han faltado al respeto en esta ocasión, lo que significa para siempre. Ya no es cuestión de cualificación, que había poca pero podría parecer suficiente para agarrase a un clavo ardiendo, sino de desarraigo para dar la cara por la entidad que les paga, por el escudo que han insultado en esta ocasión, por el técnico que ha depositado su fe en ellos y sobre todo por una afición desconsolada que no sabe hacia dónde mirar para solicitar explicaciones.

En Cádiz (no me vengan con las bajas), el Real Zaragoza fue el vivo reflejo de una directiva incapaz de formar un conjunto competitivo y de controlarlo lo más mínimo. Muy al estilo Palamós. Se les ha ido todo de las manos porque son manos, en su mayor parte, incompetentes. Toda la temporada se aprecía con nitidez que los rivales son superiores física, táctica y técnicamente. En la derrota, el empate y la victoria (contra adversarios de la zona baja por cierto) se ha palpado en la plantilla una profunda sensación de inferioridad, de complejos, de sobrevivir a una brisa como si se hiciera en el epicentro de un tifón. Pero la Fundación, ese ente de grueso perfil masón, se ha encargado de enviar mensajes tan envenenados como que el Real Zaragoza estaba capacitado para un regreso directo a Primera. Como el seguidor quiere y necesita escuchar sintonías felices, se ha dejado llevar en su apoyo incondicional sin ser ajeno a los sospechoso de los instrumentos de una maniobra orquestada.

Lo antes posible deberían comparecer Carlos Iribarren y Narcìs Juliá como máximos representantes del área deportiva y padres de la deforme criatura y pedir perdón por todo lo alto. Después, esa directiva de pega y algunos funcionarios del club tendrían que sumarse a la penitencia. Y por último, la plantilla al completo está en la obligación de salir a escena con la mirada al frente para asumir su enorme cuota de responsabilidad. Nadie aparecerá. Se correrá el habitual tupido velo de seguir trabajando día a día por mejorar y si he hecho el rídículo en Cádiz no me acuerdo. Posiblemente se repetirá entre bastidores que no hay dinero para más... Ya están buscando refuerzos baratos para cuando se abra el mercado de invierno. Lo que llegará será otra monstruosidad. Sí, tienen razón estos próceres de tres al cuarto: pobre Real Zaragoza al que le chulean malos futbolistas y algún que otro vago que no merece la consideración de profesional. De alguna manera, con la mejor o peor intención, convencidos o hipnotizados por los cantos de sirena, todos hemos participado en alimentar a la bestia que anida en el corazón del club desde hace una década. Perdonen ustedes.