El talento y la ambición de Rafael Nadal vuelven a volar gloriasamente y sin límites. Este domingo, en la pista Arthur Ashe, el tenista mallorquín ha dominado al surafricano Kevin Anderson y con un 6-3, 6-3 y 6-4 ha conquistado el Abierto de Estados Unidos. Es el tercer título neoyorquino para el número uno del mundo y su decimosexto grande. Y nada apunta a que sea el punto final de su leyenda.

Cuando ha salido a la pista y le han preguntado cuál era la diferencia con el 2013, el último año en que se había coronado en Nueva York, Nadal ha dicho que el único factor negativo era que ahora es cuatro años mayor. Pero solo para este hombre que en este torneo ha hablado ya en alguna ocasión de su ansia por mantenerse joven la edad no es un factor.

Con 31 años el de Manacor ha vuelto a firmar un año espectacular, no solo abrillantado por el título en el último grande del año, sino también con su décimo Roland Garros, la final en el Abierto de Australia y tres títulos más de tierra (Montecarlo, Barcelona y Madrid).

Contrarrestar el saque

Nadal nunca lo dirá, menos aún públicamente, pero el hito de Roger Federer, cinco años mayor que él y dueño de 19 grandes, está a su alcance. Más aún si su juego y su confianza se mantienen como se han visto en los últimos partidos en Nueva York. Y sobre todo si consigue mantenerse alejado de las lesiones que en otros momentos han frenado su carrera y que ahora están haciendo pasar apuros similares a Novak Djokovic, Andy Murray, Stan Wawrinka.

El apetito, las ganas, la determinación y el tenis enorme e incontestable están ahí. Se mostraron en todo su esplendor en la semifinal contra Juan Martín del Potro y han vuelto a aparecer este domingo frente a Anderson, un jugador de su misma edad pero que hasta ahora nunca había superado los cuartos de final de un grande y que, tras pasar casi un año retirado por una lesión, ha ido recuperando posiciones desde que regresó a competición el año pasado.

Control total

El sudafricano, 32 del mundo, es uno de los gigantes del circuito (2,03 metros) y está dotado de uno de los servicios más potentes que hoy se pueden ver en el tenis. Pero ni ese saque ni los cañonazos de su derecha llegan a ser mínimamente suficientes para enfrentarse a Nadal en estado de gracia. Sintiendo la bola a la perfección, el número 1 la ha colocado todo el partido donde ha querido.

Ha vuelto loco a Anderson variándole las alturas. En completo control, casi no ha regalado nada. De principio a fin. Como el gran ganador que siempre ha sido y que aún es.