Hace poco, un comentarista de televisión dijo que Roger Federer juega un tenis «que no existe». Seguramente el de Rafael Nadal Parera, a sus 31 años, sea más reconocible, pero está claro que nadie alcanza su infinito poder de supervivencia, su colosal muestrario de fuerza mental y la capacidad de sufrimiento que le lleva a canalizar la frustración hasta transformarla en esa felicidad que ve «más importante que los Grand Slams». De todo eso se ha nutrido para firmar un año magnífico tras tiempos difíciles rubricados con la victoria, el 16º grande, contra Kevin Anderson en Nueva York (6-3, 6-3 y 6-4).

No le gusta que digan que Nadal «está de vuelta». Seguramente porque en su mente nunca haya pensado que se ha ido. Ni siquiera en ese duro tránsito hacia su renacimiento, en donde Rafa pagó el precio de tantas horas en la pista. Para entender mínimamente la dimensión mental y el recorrido de Nadal por un camino de tierra quemada hay que repasar el mapa de su cuerpo para descubrir cómo esas tendinitis, fisuras, desgaste en rodillas y brazos desembocaron en percances tan serios como su dolencia en el tendón rotuliano en el 2012, que le dejó siete meses fuera de las pistas y de los Juegos de Londres.

En esa sucesión eterna de heridas por tantas batallas, Rafa se tuvo que retirar de la final del Open de Australia ante Wawrinka en el 2014 por un bloqueo en su espalda. Ese fue su último año en el que lució el número uno hasta que lo reconquistó en agosto.

Si el 2015 fue su peor año al no ganar ningún Grand Slam ni tampoco un Masters 1.000 el pasado lo cerró con su peor ránking desde el 2004, noveno de la ATP. Pese a ello, el sueco Mats Wilander ya atisbaba un cambio en la hoja de ruta de Rafa al apuntar que en Roma «demostró que está muy cerca de Djokovic». Lo dijo después de que Nadal cayera en cuartos en el Foro Itálico.

Todo eso quedó enterrado porque el 2017 lo ha cerrado en la cumbre. «Lo de Nadal en el 2017 es muy difícil de conseguir», sostiene Álex Corretja. Después de rebuscar entre la tierra y el cemento, Rafa se reinventó en el Abierto de Australia, pese a perder frente a Federer. «Vi que estaba a un gran nivel, pero hay que ganar», recuerda Rafa.

El mismísimo John McEnroe se frotaba los ojos al ver el juego del mallorquín. «En Australia ya mostró que estaba bien y que podía ganar a cualquiera. No pensé que iba a volver tan fuerte después de tantas lesiones», afirmó el mítico zurdo de Douglaston. Lejos de eso, Rafa encontró la vía para reinar en París por décima vez al triturar a Wawrinka por 6-2, 6-3, 6-1 y obligar a McEnroe a decir que ganar a Nadal en tierra «es como lamerse el codo, imposible». También Bjorn Borg alucinó con Rafa. «Nunca he visto a nadie jugar tan bien en una final en París». Carlos Moyá, su amigo y nuevo entrenador que sustituirá a Toni, el tío de Rafa, tampoco se lo podía creer. «No creo que volvamos a ver algo así en nuestras vidas. Diez títulos es algo irreal», dijo.

Ayer, en la madrugada de España, Rafa volvió a levantar otro grande en Estados Unidos. Otro grande para el más grande.