Había acumulado éxitos anteriores en el tránsito de la Segunda B al fútbol profesional, paso a veces juzgado como menor aunque de enorme dificultad, pero Natxo González hizo fama el año pasado en el Reus. Con mimbres ajustados, especialmente en el ataque, construyó un bloque con unas señas de identidad muy de entrenador. Robusto y cuyos números no mintieron: 29 goles encajados en 42 jornadas. Rara vez, el Reus de Natxo González perdía el control de los partidos.

En el Real Zaragoza el entrenador vitoriano tiene otro tipo de equipo y otro tipo de futbolistas, fundamentalmente en la parcela ofensiva. Más calidad, más verticalidad, más categoría a su servicio. También mucho más gol. Consecuentemente, el Zaragoza de Natxo genera ocasiones y puede marcar con más facilidad que el Reus de Natxo. En ese camino hacia el área contraria, que es hacia donde tiende la naturaleza de la plantilla, el Real Zaragoza lo está haciendo bien hasta alcanzar la suerte del gol, en la que está errático. Sin duda hay que seguir cultivando esa querencia ofensiva. Aunque con ajustes. En estas cinco jornadas, el Zaragoza se está desordenando habitualmente y ese desequilibrio ha costado ya más de un disgusto, el último ayer en Lugo.

El sistema colectivo de defensa es todavía frágil (los rivales llegan a la zona donde se culmina la jugada con naturalidad, demasiadas veces, y consecuentemente el número de tantos recibidos se dispara) y el equipo todavía no ha aprendido a controlar los partidos, a sujetarlos, a tener autoridad sobre ellos y a finiquitarlos cuando puede hacerlo. No ha dado con la llave que decide el destino del resultado. Las sensaciones ofensivas son muy buenas, las defensivas negativas. En eso ha de aplicarse Natxo: en reducir la fragilidad y en dotar al Real Zaragoza de armas para gobernar el juego. El cara o cruz no es ningún método. Es una lotería.