A falta de tres jornadas para el final del campeonato, con el Real Zaragoza en una situación inmejorable para luchar por el ascenso a Primera División, Natxo González se ha marcado una de esas ruedas de prensa que no hay por dónde cogerla. Monologuista no es. Eso quedó claro. Su intervención estuvo rebozada de un tono guasón con mínima gracia y no pocos retos dirigidos a la prensa, a la que intentó vacilar con algunas de sus respuestas. Entre chanza y chanza sin sal, lanzó una granada de mano hacia la atmósfera: según su criterio, no todos empujan hacia el mismo lado y solicitó respeto hacia sus jugadores. ¿Tiene razón? Ni un gramo porque si de algo no puede quejarse es de la corriente positiva e incluso colaboracionista con el equipo y con su persona que se ha tenido desde todas las esquinas de la ciudad. Con la afición a la cabeza, muy a la cabeza, aportando apoyo, cariño, comprensión y complicidad en los terribles y en los buenos momentos que por fortuna son los actuales. Se distingue la calidad del entrenador en su trabajo diario, pero también detrás de sus palabras y de la elección de las mismas. En el tiempo y en el lugar, muy desafortunadas, propias de alguien que vuelve a sentir la presión de un cargo que quizás, solo quizás, le sobrepase. Con todo a favor, ese ramalazo patriótico es un claro síntoma de vértigo frente a un éxito inesperado. Ha querido fomentar sin tino alguno un ambiente unionista con esa alegato garabateado cuando más estrechos son los lazos entre el Real Zaragoza, su gente y los sectores críticos. Era un buen día para hablar del Albacete y ser serio. Bastante más serio.