La apuesta inicial de Natxo González era cuestionable pero estaba apadrinada por tres aspectos de peso: la ausencia de Borja Iglesias, su animadversión hacia Vinícius como alternativa natural al goleador y la baja de última hora de Guti. Se le rompió el amor antes de usarlo al técnico, quien por otra parte ya tenía previsto entregar el ataque a la doble P (Pombo y Papu). Por lo tanto, la única e importante variación a bote pronto fue el regreso de Zapater al trivote. El gol de Grippo le dio razones al entrenador para creer en su propuesta, pero el partido le susurró primero y le gritó después que su plan carecía de armonía, de futbolistas con la adaptación adecuada a posiciones extrañas para sus características. En cuanto remontó el equipo de José Luis Oltra, no había razones para conservar ese diseño que se declaró pronto antinatura. Pero lo hizo enrocado en la tozudez y el inmovilismo, demorando los cambios en un exceso de recelo, frente a un rival que se dejó llevar por la mansedumbre ofensiva del Real Zaragoza.

Natxo ocupó protagonismo con su alineación y lo rebosó con sus lentas decisiones en marcha. El encuentro era complicado y el resultado podría haber sido el mismo, pero la sensación de impotencia y de incapacidad de reacción desde el banquillo para intentar darle una vuelta el encuentro, dejan al técnico vasco en muy mal lugar. Los tantos nazarís llegaron en un par de desatenciones defensivas, lo de siempre, fuera del alcance de cualquier estratega en día de partido. Sin embargo, sí percibió que el triángulo centrocampista chirriaba con Zapater desplazado a una zona muy física para la que no está en condiciones en estos momentos. Tampoco Javi Ros le ofrecía nada en el otro vértice mientras Febas expiraba en ese fútbol intermedio, de vela medio apagada que de vez en cuando suelta una chispa sin fuego. Sólo Eguaras daba la talla, aunque muy condicionado por la falta de fexibilidad por delante.

Pompo y Papu se ahogaron una y otra vez, como parecía previsible, en la orilla del área. Natxo González prefirió alargar la agonía de ambos y con un cuarto de hora para el final metió con sacacorchos a Vinícius, sin tiempo para nada. Después quitó a Lasure, el mejor de nuevo --muy por encima de un Benito desconocido que no supera el rendimiento actual de Delmás--, para dar un rato criminal a Oyarzun de lateral largo e hizo debutar a Pep Biel en un escenario con el telón bajado. En ocasiones lo sencillo es la mejor de las recetas, pero el entrenador del Real Zaragoza se atragantó con una macedonia de movimientos sin traducción futbolística posible, empeorando sus decisiones una tras otra hasta convertirse en el jugador número 12 del Granada.