Vallejo tiene pinta de ídolo. La gente lo quiere a rabiar a este chico, un tipo normal, de los suyos, que no hace aspavientos, que no protesta, que aplaude al que se va y al que entra, que vive el fútbol como un niño, que siente lo que hace y se expresa de una manera natural. Sin exageraciones, sin soberbia, con compromiso, concentración y solidaridad. Ayer le soltaron una ovación de las de aúpa cuando Popovic lo retiró a dos minutos del final. La gente lo siente como si fuera su hermano, su hijo. Por eso se levantó con orgullo a corear su nombre. El futbolista lo encajó con espontaneidad, sobriedad, sensatez, profesionalidad, como un deportista de los de antes, tan respetuoso.

No quiere decir esto que Vallejo no tenga defectos. Los tiene, y muchos sin duda, aunque sabe disimularlos mejor que otros, a lo cual le ayuda su capacidad de anticipación, su infrecuente electricidad. Sin duda, es el futuro venido hasta el presente, una razón más para que el Zaragoza sueñe con regresar. Su carácter, su irreverente juventud, deben servir como foco a este equipo que anda dando trazos de lo que quiere ser. De momento, se ha dejado de ilusionismos y ha pasado a ser un equipo pragmático, que aprovecha sus recursos y puede sacudirse sin problemas al menos a la mitad de los rivales de esta categoría que tanto necesita abandonar.

La derrota de Las Palmas se ha convertido en un espejo. Ahí vio el Zaragoza reflejada su peor imagen, lo que le separa radicalmente de su objetivo. "Si solo pensamos en atacar, nos rompen la cabeza", dijo Bono tras ser vapuleado en su primer día de clase. Lo entendieron todos bien rápido. Ayudó, claro, el mensaje de su entrenador, que señaló directamente hacia la actitud de los futbolistas. El cambio, al menos la reverberación que han dejado las dos últimas reuniones con su afición, presenta a un equipo con la personalidad alterada. Ya no es el equipo con dos delanteros de Víctor. Ni anda pensando que puede manejar los encuentros cual si fuera el Brasil del 70. Se diría que se ha convertido en un conjunto neorrealista, que ha asumido su condición, que es consciente de hasta dónde llega su talento, que transmite las cosas tal y como son, apegado al talante de las personas, a sus sentimientos.

De momento, sin Galarreta ni Willian José sobrellevó ayer el partido con cierta suficiencia. Dirán que no brilló, que hasta hubo algún bostezo en la primera parte. Es cierto. Pero tampoco hubo sobresaltos. Por primera vez en toda la temporada, el Zaragoza no concedió ni una sola ocasión de gol a su rival. Si acaso ese fallo de Bono, tan normal.

Será la disposición táctica, el cambio de nombres en la alineación, la apuesta por Basha, el regreso de Vallejo. Será por un componente anímico, por una apuesta por el compromiso, por aquella firme arenga hacia el temperamento... Será por lo que sea, será por todo. El Zaragoza es bien otro. No vale decir que el rival era flojo. Han pasado iguales y peores. Unos y otros coleccionaron ocasiones de gol con alarmante sencillez. El cambio se resume en la puerta a cero, en saber ganar partidos buenos y peores. Cuestión de realismo, de este neorrealismo en el que Popovic ejerce de Rossellini.