Los utilitarios de los sesenta y los setenta del siglo XX fueron recibidos entra la clase media-baja española como una extensión del hogar, fruto, sin duda, de que cualquier viaje se afrontaba en su duración como la conquista del Oeste. No había vehículo en cuyo interior faltaran elementos como el cojín de ganchillo en el asiento trasero o el perrito de cabeza basculante que distraía o provocaba mareos a los más pequeños. Lo reducido de los espacios de aquellos locos cacharros frenó a los propietarios de incluir una mesa camilla o candelabros. La estrella decorativa, sin embargo, figuraba en el panel frontal, donde en un marco múltiple de fotografías, hijos y esposa aconsejaban prudencia con cándida mirada al piloto bajo la siguiente leyenda: "No corras, papá". Un San Cristobal, patrón de los conductores, solía presidir aquel parque temático rodante.

El Real Zaragoza, acelerado por la legítima ilusión y la euforia de una segunda vuelta de records que le ha permitido situarse en la pole de la promoción de ascenso con un vehículo de motor modesto pero revolucionado desde enero, debería detenerse en boxes porque lo que le espera a partir de mañana poco tiene que ver con lo ocurrido durante la competición doméstica. Ha de cambiar algunas piezas, sobre todo reforzar y aclimatar la mental. No por temor a nada, puesto que su disposición es la ideal para este compromiso frente al Numancia, sino porque el circuito es otro bien distinto. Sería aconsejable que el cuerpo técnico y los jugadores atendieran a un íntimo y bien visible "No corras, papá" aunque en este caso sea la familia, la afición, quien le grite lo contrario como consecuencia de su comprensible entusiasmo por regresar cuanto antes a la élite.

La gestión de las emociones resultará tan fundamental como la estrategia. Aún más la administración de las situaciones. Que el partido de vuelta se celebre en La Romareda alimenta la esperanza frente a un posible tropiezo en Los Pajaritos, pero es en el campo soriano donde el conjunto aragonés tendrá que estar preparado y entrenado para superar cualquier tipo de adversidad. Porque ni el Numancia es un rival pequeño, espejismo terrible que cuelga de la atmósfera, ni el encuentro ha de visualizarse desde el ombligo. El equipo de Natxo González y el propio técnico ya han avisado que no se sienten superiores en ningún aspecto. No lo son. Esa percepción previa es la correcta, si bien hay que conservarla dentro de unos parámetros guiados por supuesto por la máxima ambición, un depósito de combustible lleno en estos momentos.

Este tipo de enfrentamientos exprés, de indudable espíritu copero, aglutinan componentes muy especiales. Hay poca capacidad para la reacción, los errores destilan una profunda fatalidad y ordena y manda el mayor estado de concentración posible. Una distracción, un desajuste o un dejarse ir frente a una calamidad propia, del colegiado o de la fortuna resultan letales. El Real Zaragoza, que ya ha conquistado el Oeste, necesita ahora tejer el cojín de seguridad con pulso inteligente, maduro y constante. Sin prisas ni urgencias históricas que podrían estrangular su actual naturaleza de normalidad aun distinguiendo lo excepcional del objetivo. En el Municipal puede rematar la faena, pero antes le esperan las curvas cerradas e inhóspitas de Los Pajaritos. La cuestión es que llegue a casa sano y salvo. "No corras, papá". Tampoco te duermas al volante, claro.