El sufrimiento en el Dakar suena así. «No tiene sentido. Ya lo he probado. Es un reto, sí, pero no pienso volver. Es peligrosísimo. El riesgo que asumes, lo mucho que te juegas es tremendamente superior a la recompensa», dice Nandu Jubany, uno de los más grandes cocineros del mundo. «Choqué con una llama y no me maté de milagro. Pasé mucho miedo, pues me salió de repente, ella iba despistada y el batacazo fue tremendo», recuerdo Laia Sanz, la más grandes de todos/as. «Me pudo el corazón y por saludar a la gente, me solté del manillar y les agradecí su presencia con la mano izquierda en alto y me metí un tortazo, que pude perder el rally y, sí, hacerme muchísimo daño», narra el inmenso Gerard Farrés. «¡Bua!, una noche nos quedamos sin batería, ¡un miedo!, no nos perdimos de milagro, acabamos a las once de la noche, con un estrés encima que no veas», explica el veterano, mágico y sacrificado Isidre Esteve. «Cuando te das un castañazo en altitud, en Bolivia, a miles de metros de altura, te quedas zoombie perdido. No eres tú», confiesa Armand Monleón, otro héroe casi anónimo. «Yo flipo, estos camioneros son capaces de arreglar un bicho de 900 caballos con el alambre de una percha», se sorprende Rafael Tibau, master en Farmacia y en muchas otras cosas.

Acabar también es triunfar

Dicen los que lo organizan que el Dakar es una carrera de aficionados donde tienen cabida los profesionales. Pero, claro, para que los profesionales no se paseen, el recorrido ha de ser duro, duro. Y ahí es donde sufren los demás. Y muchos de ellos no viven de esto. Simplemente, han decidido asumir el reto, el riesgo, de convertirse en héroes durante dos semanas y acabar, acabar. Unos, lo más arriba posible y otros, los más, porque ver la bandera a cuadros ya es la repera. Pero, unos y otros se juegan la vida cada día. Y, sí, este Dakar ha sido de los más duros. «Pero es lo que tiene que ser. El Dakar no engaña a nadie», cuenta Laia Sanz (KTM). «Mi amigo Lucas Cruz, copi de Carlos Sainz y que es de mi pueblo (Caldes de Montbui), me anunció que sería duro, pero el tío se quedó corto», susurra Rafael Tibau, que compartió camión con Pep Sabaté y Philipp Beier, dos zorros del desierto.

«Si eres un apasionado de las motos, pero no eres profesional, buscate otro reto. No tiene sentido ir al Dakar, de verdad. Sí, es cierto, he ido a 150 kms/h. durante quince días, pero hubo un día, el día de mi cumpleaños, que me pasé más de 17 horas, de las 05.30 a las 22.45, encima de la moto», narra Jubany. «Me salté un way point, un paso de control, ¡el primero!, ¡el único!, y tuve que volver atrás, perderme mucho e ir, a 150 kms/h, tres horas contra rally, es decir, contra dirección y no me arrollaron de milagro. En total, ese día hice ¡1.050 kilómetros!» El señor una estrella Michelin acabó, pero no piensa volver. «Me buscaré algo más fácil. Y menos peligroso. No sé un Europeo de enduro».

«Los ocho primeros van a una caña que no te puedes ni imaginar. Es otro nivel, otro escalón. Vale, sí, a veces estoy con ellos, pero son tremendos», explica, con la sinceridad que le caracteriza, Laia Sanz, que ha rozado el topo-10. «Viendo la lista de inscritos es, de verdad, ¡la repera! Soy muy feliz». Ni que decir tiene que Laia quiere un Dakar duro, como el de este año. «Antes era más tipo Baja Aragón. Y, sí, no sufrías, pero tampoco disfrutabas». El choque con la llama, que se había descolgado de su manada («te cruzas continuamente con ellas, pero las driblas siempre»), le pudo costar muy caro a la catalana. «Hice lo imposible para esquivarla, pero acabé rozándola. Luego me dijeron que la habían visto levantarse, no sé. El golpe fue tremendo. Me podía haber matado», dice Laia.

Esteve, campeonísimo del Dakar, inmóvil de cintura para abajo, crack entre los cracks, no puede estar más orgulloso ¡con razón! de su Dakar, pues ha terminado 21º, pegadito a los Mini oficiales de dos auténticos monstruos como él, el finlandés Mikko Hirvonen (19º) y el argentino Orlando Terranova (20º). «Mi culo no me ha dado problemas, pues el cojín inteligente ha sido un gran descubrimiento». Eso sí, Esteve reconoce que ha ganado «en calidad de vida: ducha, comida y dormir bien» al acudir al rally con su propia autocaravana. «El día que estuvimos a punto de quedarnos sin batería fue el peor, horrible, pues, encima, llovió y Txema (Villalobos, su copiloto) tenía que sacar medio cuerpo por la ventanilla para accionar los limpia parabrisas. Durísimo, durísimo de verdad».

Y el príncipe se perdió

Tibau, que viene del ciclismo más duro y reconoce que le ponen las dificultades «aunque la recompensa sea mínima, es decir, acabar», nunca podrá olvidar el día que cayeron en la mayor olla de arena que jamás ha visto. «Caímos nosotros, con nuestro inmenso camión, y decenas de coches y gigantes como el nuestro. Todo porque el príncipe del desierto ¡que tiene tela que fuese él!, Nasser Al-Attiyah, que abría pista, se equivocó, se desvió, se despistó, se perdió y nos metió a todos en un cráter que tenía un kilómetros y medio de diámetro, con una sola salida, que se destrozó de inmediato y no había manera de salir de allí. Nosotros esperamos que cayera el frío, se endureciese la arena y salimos de milagro».

Tibau, que besa por donde pisan Sabaté y Beir «dos monstruos que arreglan un camión con un alfiler, capaces de hacer un tornillo ¡lo juro! ¡lo he visto! con dos varillas de la suspensión», cuenta que hubo dos días que durmieron una hora y media, «pues estuvimos en el camión 72 horas seguidas». Tibau lleva tres días durmiendo un promedio de 20 horas. Y no sabe cuando despertará.

La posibilidad de retirarte

Todos fueron enormes, todos, pero puede que Armand Monleón (14º en motos, con 30 años) y Gerard Farrés (5º, con 38 años) tengan un puntito más de héroes porque ellos habían comprado su KTM en la tienda, iban con equipos privados y se codearon con los factory. «Por eso -coinciden los dos al unísono--, KTM nos recibió como héroes en la meta. Porque para ellos, que llevan años y años ganando, que una KTM que cualquiera puede comprar en una tienda acabe el Dakar, y arriba, es la mejor promoción de todas».

«Más de un día piensas, ‘aquí me quedo’. Y, no sabes cómo, pero sacas fuerzas de donde no hay», narra Monleón. «Yo, desde luego, las tres tortas que me di en altitud, en Bolivia, fueron tremendas.Necesite varios minutos para recuperarme. Me quedé zoombie total. Te cuesta hasta respirar». Eso sí, Armand volverá ¡vaya que sí! «Le diré una cosa, tal vez una locura: encuentro que tengo más riesgo en casa, que yendo al Dakar».

El vuelo de Farrés

Farrés, que se fracturó la rótula de su rodilla izquierda poco antes de emprender el Dakar, temía quedarse en las primeras etapas. «Dudaba de mi pierna». Y, tras 9.000 kilómetros, quedó a 38 minutos del podio. «Te irías a casa muchos días, pero te empuja el coraje, te mantiene en pie no querer fallar a tu gente, al equipo que se sacrifica por ti. Y eso que los factory van a toda leche. Y, a tres días del final, les gané a todos».

Farrés reconoce que «el Dakar, si puede, te mata, es agotador». Y cuenta la escena en la que «por corazón, por un arrebato de felicidad», por poco se hace daño de verdad e, incluso, se ve obligado a abandonar. «Iba por una pista dura a toda castaña. Y bien, muy bien. Tan bien que vi un grupo de aficionados que nos aplaudía y solté mi mano izquierda del manillar para saludarles sin soltar el gas, justo en el momento en que apareció una curva traidora, se me cerró la dirección y volé hasta estrellarme».

Destrozó, casi por completo, el depósito, se quedó sin gasolina, pero uno de los espectadores le permitió chupar combustible de su todoterreno. Y acabó. Vivo, por suerte.