Hace 25 años, la rabia y el desconsuelo se apoderó del Real Zaragoza. El fondo donde se congregaron los 15.000 zaragocistas desplazados al Luis Casanova —antiguo nombre de Mestalla— se inundó de la amargura de la derrota. Pero no fue el clásico sinsabor del subcampeón, bien sabe la hinchada del león rampante de decepciones. El Real Zaragoza perdió la final ante el Madrid por 2-0, un resultado fruto de la falta de puntería y de un ente por encima de la justicia. Aquel día el protagonista principal no fue el fútbol; todos los focos señalaron a Juaquín Urío Velázquez.

El Real Zaragoza llegaba a una final ocho años después de aquella conquistada gracias al gol de Rubén Sosa. El último paso para volver a ser campeón era un Real Madrid sumergido en una crisis de títulos. Víctor Fernández denunció tras la derrota el ambiente que impulsó el presidente madridista Ramón Mendoza: «Ha sido muy listo durante la semana y ha creado la tensión necesaria en Urío Velázquez», dijo el técnico. El caldo de cultivo que se generó antes de la final no auguraba buenos presagios para los futbolistas blanquiazules. «Nos dimos cuenta en la primera jugada que aquel partido lo íbamos a tener muy complicado. El arbitraje fue muy sibilino, pero ya sabíamos que podía ser así», comenta Cedrún. Fue una jugada simple, la típica de los primeros minutos de partido. Pum. El colegiado se sacó de la chistera una tarjeta amarilla que condicionó al central catalán. «Pensé: ‘La que se nos viene encima’», asevera Cedrún.

Pocos minutos después llegó la primera negligencia de la noche. Milla derriba a José Aurelio Gay con una fuerte entrada. Era un penalti de libro. Pero el conjunto blanco recibió el indulto. «Todavía no entiendo cómo el árbitro no ha pitó penalti. Aunque lo de Urío se veía venir, nos lo olíamos», aseveró Gay hace 25 años, al término del partido. La tensión crecía al mismo tiempo que las agujas del reloj avanzaban. El trato de Urío a los futbolistas zaragocistas fue rudo y tosco, mientras que se mostró sumiso ante las exigencias del conjunto blanco. «Míchel le protestaba cara a cara y a nosotros no nos dejaba ni acercarnos», dice Xavi Aguado.

Mientras el Zaragoza no conseguía acertar ante la portería de Paco Buyo, el buitre merodeó con astucia el área blanquiazul para rematar al fondo de la red una asistencia desde el lateral diestro de Míchel. La segunda parte disparó la rabia de los leones que vistieron en rojo y azul. Rotos de impotencia ante la segunda pena máxima ahogada en la indiferencia de Urío. Hierro zancadilleó a Higuera, pero no pasó nada. Se escapaba la final. Moisés tampoco consiguió atinar con su testa y mandó por encima del larguero un gol que les metía en el partido. De pronto, el tanto de Lasa pegó un portazo a los sueños zaragocistas. Los laureles de campeón prendieron en una noche de cielo oscuro. «Teníamos la sensación de que nos habían usurpado nuestro corazón», confiesa Aguado.

Un recuerdo imborrable

La fantasía estalló en mil pedazos cuando Urío pitó el final. El silbato de la desidia. «Fue uno de los peores partidos que viví», explica Aguado. Los futbolistas no pudieron ocultar su desazón. Incluso Alfonso Soláns mostró su indignación con el Rey Juan Carlos: «Majestad, Urío nos ha jodido», le comentó a la máxima autoridad. Al término de la cita, Urío Velázquez compareció ante los medios y aseveró con rotundidad que su arbitraje había sido «perfecto»: «Los maños querían que metiera los goles. Creo que no he cometido errores de bulto».

El destino le deparó una sorpresa a la familia de Andoni Cedrún. Su madre y su prima volvieron en el mismo vuelo que el colegiado de la polémica. El mítico Carmelo Cedrún fue a recogerlas al aeropuerto. Ahí estaba Urío esperando sus maletas. Se produjo el choque de trenes. «Mi padre fue a por él y Urío le dijo: ‘¡Hombre, Carmelo!’, mi padre estaba furioso y le contestó: ‘¿Hombre, Carmelo?, le has robado una Copa a mi hijo’. Le tuvieron que agarrar», confiesa Cedrún. La leyenda zaragocista se lo volvió a encontrar en un choque de homenaje a Zarra en San Mamés. «Estaba en el vestuario del Athletic y me vio, puse los brazos en alto y le dije: «Todavía me acuerdo de aquella Copa en Valencia».