Fue un cambio radical, una mejoría evidente y que no deja lugar a dudas. El Zaragoza que asaltó el Martínez Valero de Elche el domingo, en el estreno de César Láinez en el banquillo, tenía otra dimensión con respecto a las anteriores semanas, al equipo sin alma y débil en el que Raúl Agné no encontraba soluciones para acabar con una caída, mostrada en dos victorias en 11 partidos y en 8 puntos de 33, que se acabó por llevar por delante en una decisión sin objeciones por los resultados al entrenador de Mequinenza. Solo cinco entrenamientos y uno de activación el mismo día del partido bastaron a Láinez para cambiar la faz a un Zaragoza que firmó la mejor primera parte de la temporada y que supo guardar, con algo de fortuna, la portería a cero en la segunda para sellar un triunfo tan necesario como incontestable.

Es obvio que a la reacción en Elche hay que darle continuidad en los siguientes partidos y no lo es menos que la llegada de cualquier entrenador a un vestuario siempre provoca una reacción, un estímulo para los que juegan, por mantener su plaza, y para los que no tienen oportunidades. En este sentido, el guión de los olvidados y ahora en la tierra de las oportunidades lo dispusieron Ratón, Isaac o Pombo, los tres titulares, pero también Barrera, que jugó en el tramo final tras mucho tiempo sin minutos.

Pero el partido en Elche reflejó más cosas que el simple rearme motivacional. Láinez hizo cuatro cambios, apostó por devolverle la titularidad en la portería a Ratón y por la frescura de Pombo, dos decisiones valientes, dos jugadores a los que conoce bien del filial, mientras que devolvió galones a Isaac en el lateral derecho tras estar en el ostracismo, y algo más, con Agné, y Edu Bedia fue titular por segunda vez desde que llegó en enero. Los cuatro relevos le respondieron bien, como también el cambio de guardia entre Cabrera y José Enrique en la defensa. Ratón dejó la portería a cero, Isaac fue clave en el primer gol, Pombo marcó y firmó un partido notable y Edu Bedia ayudó en el crecimiento del equipo en torno al balón.

Ahí, en la posesión y en la primera parte, es donde más se vio la mejoría del Zaragoza, un equipo más junto, más solidario y que encontraba mejor las líneas de pase que en la mayoría de partidos del curso, sobre todo que en los últimos de la etapa de Agné, donde el balonazo a Ángel era casi el único recurso. El Zaragoza, además, fue eficaz de cara al gol. Ángel marcó antes del descanso dos de las tres que tuvo y Pombo justificó la fe de Láinez en él con un disparo lejano que sorprendió a Juan Carlos.

El otro cambio estuvo en el esquema táctico, un 4-1-4-1, que dio más fluidez al fútbol. Zapater, como pivote de contención, dejó más liberado a Javi Ros. Eso, la irrupción de Edu Bedia, las diagonales hacia el centro de Pombo y el incansable esfuerzo de Ángel provocaron que el Zaragoza saliera mejor desde atrás y que se asociara con una fluidez mayor, algo que se hizo muy notorio tras llegar el primer gol.

El esfuerzo, las ayudas y la intensidad defensiva acabaron por dibujar un panorama mejor de este nuevo Zaragoza, que firmó un triunfo vital en el escenario que peor se le daba, con la maleta de viajero, ya que la versión más pobre del equipo había llegado en sus salidas. En una clara dinámica negativa y con el abismo de Segunda B a solo dos puntos, frenó la caída y cambió la imagen cuando más lo necesitaba. Ahora son cinco de renta con el desastre a evitar tras una nefasta temporada. A Láinez aún le quedan cosas que apuntalar, sobre todo tratar de que la caída física del equipo en la segunda parte se note menos, pero es obvio que su llegada ha traído un aire nuevo a un Zaragoza muy alicaído.