Acaba de renovar Adrián Ripa por un año más en el Numancia, donde alcanzará ya las ocho temporadas, en las que ha crecido para ser un lateral cumplidor y eficaz en Segunda. Empezó la Liga como titular, pero una lesión en Copa con el Madrid y la llegada de Saúl le han quitado el sitio por ahora. Camino ya de los 33 años, no esconde el lateral de Épila que «mi objetivo no es otro que la temporada que viene estar fuerte, firmar otro año más y así seguir hasta que el cuerpo aguante. Me gustaría acabar en el Numancia mi carrera, estoy como en casa», expresa con claridad.

Lo hace sin la timidez que tenía en sus inicios, cuando en un campus de Narcís Juliá en Tarazona se le abrieron las puertas del Zaragoza. «Estaban Ramón Lozano y Ángel Espinosa, que entonces era el entrenador del Infantil B, y me dijeron que probara en el Zaragoza. Estaban las fichas ocupadas, pero hicieron 19 y entré. Era muy tímido, muy nerviosico», recuerda.

Once años estuvo en la cantera zaragocista, en todas las categorías y llegó en el 2004 a un filial con Lafita, Chus Herrero, Luso Delgado, Linares, Piti… «Era una buena generación, pero por entonces era más difícil dar el salto, estaba el equipo en Primera y había mucho nivel». También coincidió en la cantera con Zapater: «En juveniles, porque soy de su quinta, pero a él lo subieron directamente al primer equipo. Es que estaba que se salía. Víctor Muñoz pronto dijo que ese se lo quedaba. Era un toro. Y lo es aún».

A Ripa se le iluminan los ojos al hablar de Zapa: «Siempre tuvimos mucha relación, cuando estaba en Moscú algo menos, pero cuando volvió la retomamos. Como persona es un diez, pero como profesional también. He tenido muchos compañeros, pero como él muy pocos o ninguno. En cuanto al sentido de profesionalidad y a la responsabilidad, sobre todo. Si está donde está es porque se lo ganó a pulso».

Ripa no llegó a debutar en el primer equipo zaragocista, una espina que tiene, pero que ya no duele: «Me hubiera gustado como a todo maño. Es que es lo máximo. Quizá por entonces estaba un poco verde y ahora he madurado mucho. No guardo rencor ni nada, he pasado toda mi infancia allí y estoy donde estoy gracias también a los valores futbolísticos que me transmitieron».

El tren pasó para él tras su cesión en el Huesca en la 07-08. En el verano del 2008 hizo la pretemporada con Marcelino en Segunda, «pero estaban Paredes y Pignol y vino Coentrao, y tuve que salir de nuevo». Lo hizo otra vez al Huesca. Allí nace su relación con Lalo Arantegui. «Vivíamos en Zaragoza y subíamos a entrenar juntos en el coche con Chechu Dorado y con Edu Navarro y en el año siguiente también Helguera y Camacho. El viaje a Huesca era el mejor momento del día, hacíamos muchas risas», recuerda.

Como observador privilegiado del trabajo del director deportivo, con el que habla con frecuencia, Ripa asegura que «tiene mucha capacidad y confío mucho en él. En pretemporada ya me gustó su idea y siempre dije que el Zaragoza estaría arriba. Es verdad que le ha costado y la primera vuelta fue ramplona pero ya son mucho más regulares. Empieza a demostrarse ese trabajo bien hecho. No sé dónde acabará al final, pero los equipos que llegan a sus objetivos son los que ahora tienen arreones como el que vive».

EL REGRESO A CASA

El Numancia y el Zaragoza disputan un partido vital para ambos hoy, porque el equipo soriano también piensa en la promoción tras varios cursos de permanencias «muy planas. Sí, cumplíamos con el objetivo, pero esta vez queremos algo más», explica el lateral de Épila, que no pudo soñar con volver al Zaragoza porque «nunca me llamaron para hacerlo, yo esa puerta no la cerré».

Tras colgar las botas en su segunda casa, donde ha renovado sin cumplir los partidos que tenía estipulados por contrato, regresará a su tierra. «Espero vivir en Zaragoza, con mis dos pequeños y mi mujer. Tengo el título de entrenador y estoy haciendo Ciencias y Actividad Físicas y Deportivas. Por ahí tiraré. Y quiero ir a La Romareda y llevar a mis hijos a ver a un equipo de Primera, donde tiene que estar».