Le sobró un paso para salir a hombros del estadio, pero se precipitó en su carrera camino de ese anhelado hat-trick. Cuando Delmás le puso el balón que valía la puerta grande, Toquero jugaba adelantado y el banderín del linier saltó como un resorte. Ni le dio tiempo a celebrar el triplete medio segundo con esa gente con la que comparte tantas cosas. A su hinchada le dio igual, que se sepa. Se pasó medio partido gritando el apellido de este futbolista vasco que parece un aragonés de Vitoria. La gente lo adora, le tiene fe, lo entiende sobre todo, como si fuera su hermano, el amigo fiel en el campo de batalla. Se le perdona lo malo, se le aplaude lo demás.

No es difícil explicarlo: Toquero encarna los valores de nobleza que han atravesado esta tierra durante siglos. No promete virguerías, nunca lo ha hecho. Ofrece trabajo, esfuerzo, coraje, brío, profesionalidad. La gente lo ve honesto, sincero, generoso. Recoge victorias. Para que nadie dudara, lo dijo la primera vez que se sentó en la sala de prensa de La Romareda, en días en los que costaba nombrar el ascenso. «Yo no he venido aquí a hacer temporadas mediocres, he venido a hacer crecer al Zaragoza. Después, soñar es gratis».

Nada cuesta fantasear, desde luego, imaginarse el futuro como debió ser. La gente lo hace, aunque faltan miles de minutos por jugarse, meses de crecimiento responsable y necesario para alcanzar el paraíso prometido tantas veces. De momento, el Zaragoza ha escapado de la marejadilla en la que le habían metido los resultados y ayer se su subió a la ola que le hizo su gente. No es poca cosa en una tarde que iba camino del aburrimiento por falta de emoción. Toquero había prendido el chupinazo y el partido se convirtió en un asunto distendido. Estaba todo liquidado a 35 minutos del final, pero la gente quería fiesta.

Natxo González entendió el asunto y lo dejó en el campo. El hat-trick no llegó, pero se llevó todo el cariño del mundo. Toquero es hoy en Zaragoza el más alto, el más listo, el más guapo... Algunos hasta le ven pelo. Le bastaron tres carreras de raza en su primera aparición en La Romareda para que la gente se enamorase del vitoriano. No es el primer lugar en el que le pasa. Cualquiera se acuerda de sus galopadas en el viejo San Mamés, cuando la gente lo reclamaba como lehendakari. El delantero hacía entonces, más o menos, lo mismo que ahora. Jugar a fútbol con rasmia, que se dice por aquí.

Ahora, además, tiene experiencia. Sabe dónde estar, cuándo ir a protestar, los momentos en los que hay que callar, las maneras de ahorrarse una tarjeta segura, los modos de atemorizar a un defensa. Influye, y mucho, en el desarrollo del juego. Sabe, como siempre, marcar goles. Son goles de delantero de toda la vida, puro, aunque venga desde la banda. Le generó las jugadas de gol Borja Iglesias, el alavés mató. Entró con todo en el primero, con la plancha hizo el tanto de los ariete clásicos. Reventó en el segundo la pelota que dejó muerta Elgezabal, incapaz de llegar a más con el corpachón del gallego en medio. Se llevó patadas y recompensa de penalti el pichichi del Zaragoza, que lleva cuatro goles. Toquero suma tres. Entre ambos, siete de los diez. Y eso que el vitoriano, decían, andaba desaparecido las últimas jornadas. Da igual, la gente lo quiere a rabiar. Como una ola, Toquero llegó a sus vidas.