Solo si uno es buena persona, tiene éxito y ocupa un puesto de relevancia le abren una barricada. Son necesarias las tres condiciones. Ernesto Valverde ya había avisado por teléfono de que llegaría tarde al entrenamiento. El técnico estaba atrapado en medio de una de las numerosas protestas que asolaron Grecia en la grave crisis económica. Algunos manifestantes le reconocieron y levantaron la barrera. El Olympiacos, el club más popular de Grecia, era lo primero. Sagrado. Y a su entrenador, una divinidad, le abrieron el paso.

«Todavía no sé por qué caigo tan bien», confiesa Valverde en la víspera de enfrentarse por primera vez al que fue su club en dos etapas (2008-09 y 2010-12). Entre divertido y sorprendido, entre agradecido y orgulloso, el hoy responsable del Barça se sabe y siente querido por los griegos; lo que no sabe es qué sentirá, además de emoción, cuando se acomode en el banquillo del estadio Georgios Karaiskakis. Ya ha podido imaginárselo tras haber vuelto al de San Mamés, donde sus afinidades con Bilbao son mucho más profundas.

TRES LIGAS Y DOS COPAS / A Valverde no se le escapa que los buenos resultados ayudaron a que aún hoy se le venere en El Pireo. Conquistó tres Ligas y dos Copas. Ganó 95 de los 131 partidos que dirigió. «Los resultados acompañaron, pero es normal que acompañen en un gran equipo».

Las expectativas de Valverde se vieron superadas, aunque reconoce que no sabía muy bien dónde se metía cuando aceptó la oferta. Se metió en un país inmerso en una grave crisis económica, depauperado y con protestas cotidianas. Pese a que el Olympiacos del rico armador Evangelos Marinakis, tres años más joven que él, era un oasis. Más de una vez se rascó el bolsillo el técnico para paliar las penurias económicas de los empleados. La válvula de escape era el fútbol y un club como el Olympiacos, obligado a ganar siempre, estaba presionado como nunca.

Lo poco que conocía Valverde era parte de su primera plantilla: estaba el exmadridista Raúl Bravo, el argentino Luciano Galletti (Zaragoza) y el goleador Darko Kovacevic (Real Sociedad). Pese al rotundo éxito del primer doblete, renunció al segundo año de contrato por la oferta del Villarreal. Se arrepintió a los seis meses, ya que fue destituido.

Marinakis iniciaba su mandato y le llamó tras el naufragio del equipo. En ausencia de Valverde, el Olympiacos fracasó estrepitosamente al terminar quinto en la Liga con tres entrenadores despedidos (Temuri Ketsbaia, Zico, Bozidar Bandovic), eliminado de la Copa en la primera ronda y la dimisión del presidente Sokratis Kokkalis. Fue la segunda temporada desde 1997, y después de la 2003-04 hasta hoy, en la que el Olympiacos no fue campeón.

Valverde aterrizó el 7 de agosto, tras la eliminación del once griego en la Copa de la UEFA. En un país de «gatillo fácil» en la durabilidad de los entrenadores, el nuevo presidente demostró ser el más rápido del oeste al despedir al alemán Ewald Lienen. «Aceptó a la cuarta oferta», contó el exespañolista Moisés Hurtado, que se sumó a la aventura con el que había sido su entrenador en las filas blanquiazules. Marinakis siguió siendo generoso con Valverde y su esposa Juncal durante la temporada, después de haber ido mejorando las propuestas económicas para seducirles con esa segunda etapa. Comenzaba entonces «una etapa imborrable» en su carrera, «uno de los mayores aciertos de mi vida».

Contó Valverde con una plantilla aún mejor y con pretensiones más altas, sobre todo en Europa: el argentino Ibagaza, procedente del Villarreal, el belga Mirallas, el danés Rommedahl, los españoles Albert Riera y David Fuster más Hurtado… Solo cayó la Liga.

No por eso dejaron de adorarle. Le veían a pie de calle como uno más, aunque fuera el líder del Olympiacos y mereciera la pleitesía de abrirle el camino. Su comportamiento le generó más simpatías que los triunfos. Nadie le veía como el divo del entrenador. Ni el cocinero del club, que le tenía como cliente asiduo en el Spyros de El Pireo, ni el delegado del equipo, con el que todavía mantiene relación. Los beneficios de la venta de fotografías del libro Medio Tiempo y la exposición que realizó en Atenas los donó a organizaciones sociales.

Valverde no es solo un entrenador. Como fue más que un jugador, humilde e inquieto. Prefirió siempre el camuflaje, fundirse en la sociedad. Empaparse de la historia griega, de sus monumentos y sus paisajes, que aún disfruta yendo de vacaciones cada año. Sería incapaz hoy Valverde de contar las veces que acudió a la Acrópolis o a Plaka. Hoy (20.45) le recibirán como un dios.