En el viaje introspectivo desde La Palma del Condado, de las primeras patadas al balón en el patio del colegio, las evocaciones de la infancia y las naranjas con el dulce sabor de lo prohibido, hasta el florecimiento de una nueva vida en el Madrid de finales de los 70, el de las pensiones de garbanzos duros, las historias imberbes, el retiro en los libros, el de los primeros besos y las primeras resacas, Miguel Pardeza transitó por una aventura interior repleta de descubrimientos en su torneo particular. Pardeza, o quien quiera que fuese, se asomó definitivamente a otro mundo corriendo un día escalera abajo. Su pasado quedó en el piso superior.

Ese mismo viaje interior, tratando de hallarse, de conocerse a sí mismo, es en el que ha estado imbuido el Real Zaragoza en estos seis complicados meses de competición. Al paso por el final del mes de febrero, el equipo de Natxo González ha dado por fin señales de calor con varios buenos partidos consecutivos, partidos que alcanzan el notable ahora, en el 2018. No lo hubieran hecho en aquellos tiempos en los que el pequeño niño de Huelva jugó como un hombre de armas tomar en La Romareda.

Es suficiente. Al Real Zaragoza le ha servido para huir de los puestos de descenso y para volver a soñar, asignatura de obligado cumplimiento en el fútbol. Eso es lo que esta tarde está en juego ante el Oviedo: saber si el invierno se alargará o si, por fin, la calle olerá a primavera.