Hace poco más de un año dejó Pamplona para labrarse una nueva vida en Francia. Su paso por el Balonmano Aragón y el Anaitasuna, su consiguiente crecimiento personal y deportivo, le impulsaron a dar un paso que muchos jóvenes temen. Hoy vive feliz en Niza, una ciudad que ha empezado a amar, en una competición que le obliga a progresar y adaptado con naturalidad a sus nuevas costumbres. Ni siquiera el idioma le ha supuesto una barrera a Álvaro del Valle (Zaragoza, 21 de enero de 1994), otro de esos deportistas aragoneses que saltan antiguas barreras para hacerse un hueco en el mundo.

De familia íntimamente ligada al balonmano, Álvaro nació en la fértil cantera de Corazonistas y creció en el Balonmano Aragón antes de su defunción. Debutó en la Liga Asobal en noviembre del 2011 con solo 17 años, un estreno que le abrió los ojos a un futuro garantizado en el deporte profesional. «Estaba en Pamplona y recibí una oferta de Niza. Me dijeron que necesitaban un lateral derecho porque el que tenían no estaba muy contento con el balonmano y había decidido dedicarse a otra cosa. Conocían mi situación, se pusieron en contacto conmigo, hablé con mi padre y me dijo que, si yo lo tenía claro, adelante. Todo se hizo rápido. En enero del año pasado llegué allí».

La adaptación fue relativamente sencilla, aunque tuviera que afrontar lógicas novedades en su vida. «El balonmano es diferente en Francia, pero la vida también. Es todo bastante más caro y hay mucho papeleo. Hay mucho más nivel, con gente más fuerte, más dinero, pabellones llenos… El año pasado estábamos en la Primera Nacional francesa, que equivale a la tercera española. Había equipos con presupuestos más altos que en la Liga Asobal, pabellones llenos, zonas vips… Ahora está mejorando el balonmano español, pero económicamente es superior el francés. En España la media de salario es de unos 1.500 euros al mes y en Francia, de 2.500. Hay bastante diferencia».

Del Valle recuerda las primeras semanas con una sonrisa. Se sabía un pardillo, pero se las arregló para adecuarse a su nueva realidad. «Me fui solo. Al principio hablaba solo en inglés, pero poco a poco fui entendiendo y es una lengua que se coge rápido. Si tu idioma no procede del latín, es más difícil aprenderlo, pero para españoles, italianos... resulta relativamente sencillo. Ahora me apaño bastante bien».

La vida es casi una cuestión de supervivencia para algunos jóvenes que salen al mundo sin haberse enfrentado antes a otros obstáculos básicos. «La pasada temporada vivía solo y aprendí a ser responsable conmigo mismo, con la alimentación… En Francia la comida es más cara, además, y hay que saber ingeniárselas. Cuando salí de casa no sabía hacer prácticamente nada y ahora cocino de todo un poco: pastas, pollo, fabada...». ¿Fabada? «Sí sí, fabada. Viví con un asturiano y un leonés y me enseñaron a hacer las fabes, con chorizo, lacón… Sin morcilla, claro, que en Francia no hay».

Más allá del balonmano y de su crecimiento personal, le queda una ciudad que le ha entrado en el corazón. «Niza tiene poco que ver con Francia, está muy italianizada. Se sigue hablando del atentado del 2016 y cada vez que entras a un supermercado te revisan las bolsas, te obligan a dejar las cosas a la entrada. También hay militares por toda la Promenade (el paseo de los Ingleses en el que se produjo el ataque terrorista). Hicieron unas obras para cambiar ese paseo y que no volviesen a ocurrir cosas así y ha quedado muy bien. Es una ciudad muy bonita».

Tanto es así que, de momento, no se imagina otro futuro. «Por ahora quiero quedarme en Niza. La ciudad me encanta y por mí me quedaría mucho tiempo. No tengo prisa por volver a España. Aprendo un idioma nuevo y creo que en la vida laboral me abrirá más puertas».